jueves, 1 de mayo de 2014

Aelita, constructivismo soviético para las masas


Por  Urania Berlín

Nunca he sido muy seguidor del cine mudo, ni siquiera del cine más genial de Buster Keaton, Harold Lloyd o Chaplin,  sostenible por el tono de comedia (ácidamente crítica, en algunos casos) de estos tres artistas. Pocas veces me he acercado, sin mucho entusiasmo (pero tampoco con desdén), la verdad, al cine mudo digamos serio, de más enjundia estética y argumental. Por ejemplo, la cinematografía del americano Griffith o la del soviético Eisenstein, ambos galvanizados por obras épicas (incluidas las más panfletarias, por ejemplo el Octubre del ruso) o, en otro orden soviético, los retratos vanguardistas experimentales de un Dziga Vertov (la estupenda El Hombre de la Cámara).


Esta Aelita de 1924, del director Yakov Protazanov, precursora del cine de ciencia ficción, incluso antes de la legendaria Metropolis de Fritz Lang, constituye uno de los más relevantes documentos soviéticos del primer cine revolucionario, junto a las obras de Eisenstein. A pesar de que para algunos pueda estar lastrada un tanto por un exceso de realismo socialista (fue realizada en el contexto de la casi recién triunfante Revolución soviética) me ha parecido innovadora, futurista y audaz en el diseño de vestuario y decorados. Está claramente influenciada por las tendencias estéticas vanguardistas del cubismo, futurismo y constructivismo de los primeros años del siglo XX, un fiel reflejo en el que se mirarían posteriores secuelas del género. Incluso alguno, desde la todopoderosa industria hollywoodiense, dijo que esta Aelita podría ser perfectamente el equivalente actual a alguna gran super-producción de Spielberg. Una analogía un tanto curiosa, la verdad.

No estuvo exenta de polémica en su momento Aelita, ya que mientras algunos diarios soviéticos criticaban el excesivo coste de la misma en una época de vacas flacas para la Rusia soviética, donde muchos trabajadores vivían con lo puesto, otros hacían hincapié en que intentaba imitar en demasía a las superproducciones occidentales, en particular, en lo referente al numeroso contingente de extras utilizado, un tanto en detrimento de, según esos diarios, la calidad global del film. Igualmente, no dudaban en reprochar (para que no quedase nada en el tintero) el carácter “formalista-burgués” de Protazanov a la hora de abordar esta Aelita. Es decir, achacaban al director soviético poner en práctica una concepción cinematográfica demasiado idealista (se recreaba demasiado en lo “estético”) antes que reivindicar las ideas y valores socialistas, deslizándose peligrosamente hacia la ideología burguesa. Una requisitoria tal vez excesiva por quienes miraban con algo más que reojo cualquier desviación de los ideales bolcheviques, en una época donde aún estaba reciente una tremenda guerra civil contra unos “blancos” que habían sido pertrechados por Occidente.

Lo cierto es que el argumento de Aelita, a pesar de los pesares, no deja lugar a la duda ya
Yakov Protazanov
que es el espejo de la sociedad soviética de la época, la Revolución, los ideales socialistas y el poder popular de las clases  trabajadoras, con la inevitable historia de amor de por medio. El argumento es bien simple, acorde con la efervescencia revolucionaria del momento, a pesar de que algunos hayan pretendido ver sutilezas “anti-soviéticas” en esta película (basándose en criterios argumentales, no estéticos), diciendo que Aelita fue un canto solidario hacia el socialcapitalismo del NEP (la llamada “nueva política económica” de Lenin para una Rusia que caminaba entre ruinas), que no fue otrae cosa que un ensayo económico capitalista transitorio utilizado como trampolín hacia el socialismo. La NEP tenía fecha de caducidad…algunos no se enteran.

Más que el mensaje en sí de la película y sus derivaciones ideológicas o de las reinterpretaciones políticas que se puedan hacer con el paso del tiempo, los ejemplos más apreciables a señalar en Aelita son la, sin duda, audaz escenografía futurista de la misma, donde  podemos ver el peculiar gorro de la reina Aelita que emite una especie de ondas de radio para comunicarse con la Tierra; la curiosa vestimenta de Gor, el guardián de la energía de Marte, recubierto de tubos plastificados, los centinelas llevando sus trajes articulados, unas escaleras sin dirección definida o puertas que se abren y cierran automáticamente. Complementos estéticos que iban más allá de un simple vestuario futurista, ya que eran la expresión misma de la modernidad revolucionaria.


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