lunes, 15 de noviembre de 2010

Garcia-Berlanga. “El último austrohúngaro”


Dirán las crónicas que el día 13 de noviembre de 2010, mientras que un Madrid bajo la niebla se manifestaba en la Puerta del Sol contra los atropellos de Marruecos en el Sahara, moría Luis García-Berlanga y con él una etapa fundamental del cine español.

En 1946 había llegado a Madrid desde Valencia, y en el hall de Industriales conoció a Bardem cuando ambos iban a hacer las pruebas de acceso al IIEC (Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas). Desde ese momento se gestaba el final de la hegemonía del cine de curas, santos y héroes patrióticos.

Había nacido en Valencia el día 12 de junio de 1921, en el seno de una familia de origen burgués y republicana oriunda de Camporrobles. Terratenientes cuyo poderío económico rayaba en el feudalismo. El apellido Berlanga que tanto lo identifica no le hubiera correspondido si no es por el oportunismo político en la historia familiar. Su abuelo, conocido político liberal del partido de Sagasta, diputado y senador de gran popularidad por conseguir la modificación de la “ley de alcoholes”, llegó a ser presidente de la Diputación de Valencia. Afiliado posteriormente al Partido Liberal de Prieto y Melquíades, falleció fulminantemente mientras hacia campaña en la localidad de “Venta del Moro”, achacándose a una peritonitis, pero la historia local y familiar apunta al envenenamiento, supuestamente confeso, de una de las cocineras que prepararon la comida de dicha jornada.

El partido ofrece a su hijo, José García Pardo, la posibilidad de rentabilizar el prestigio paterno presentándose como candidato con sus apellidos, lo que admite y consigue, no sin coste económico, pasando a llamarse José García-Berlanga y Pardo, y consiguiendo con facilidad el escaño pretendido a pesar de su poca ilusión por la política.

Entre su familia materna existe algún antecedente artístico relacionado con la música, el teatro y el cine. Parece que su tío, Luis Martí, pianista de cabaret en Barcelona, fue el autor de la primera película en valenciano: “La faba de Ramonet” (El tonto de Ramoncín), donde aparecía por primera vez en las pantallas un jovenzuelo que con el tiempo sería un gran actor: Ismael Merlo.

Inicia sus estudios en el colegio San José tutelado por los jesuitas, teniendo que marchar al poco tiempo con uno de sus hermanos al “Beau Soleil”. Una especie de colegio sanatorio en Suiza, por las afecciones pulmonares que ambos padecían. Su regreso en 1931 coincide con el nacimiento de la Segunda República, por lo que tiene que estudiar en clandestinidad en el colegio Loreto, en las clases que habían montado los pocos jesuitas que quedaban, por la clausura de los colegios religiosos, teniendo que pasar a hacerlo en la Academia Cabanillas por la desaparición de éstos.

Cuando estalla la guerra cuenta quince años, y en la tranquila Valencia se dedica a leer y a ver cine. Pero tres meses antes de su conclusión es llamado para incorporarse a filas, en la 40 División del Ejército Republicano, pero su influyente familia le consigue un puesto en la retaguardia. Un Coronel amigo lo reclama como ayudante de botiquín, por lo que termina la guerra sin tener que disparar un solo tiro.

Terminada la contienda su padre es condenado a muerte por haber sido Gobernador republicano, por lo que marcha a Rusia con la División Azul a intentar redimirle, como cuenta junto a Luis Ciges en el documental “Extranjeros de si mismos”. Aunque hasta él expresa contradictorias ideas sobre las intenciones reales de tal voluntariado. Lo que si parece es que tampoco allí tuvo que disparar, aunque pasó mucho miedo y mucho frió sobre una torre de vigilancia cerca de Stalingrado.

No tardó mucho en volver a Valencia, a cuyo regreso le regalan el titulo del inconcluso bachiller en uno de esos “exámenes patrióticos” de los que habla Forges en “Los Forrenta”, y que tanto daño hicieron a este país titulando a estudiantes nacionales por los años perdidos. Aun así no logra librarse de la “mili” siendo destinado a Cartagena. Lo que no debe tomar con el debido interés, ya que diversos acontecimientos le hacen desertar al día siguiente y volver a Valencia bajo la protección paterna. Que de nuevo arregla el asunto con otro coronel amigo que lo cambia de destino.

Se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras, pero parece que fue más por jugar al fútbol en las instalaciones universitarias que por el interés de aprender. Dicen sus biógrafos que durante su juventud practicó varias actividades deportivas sin mucho éxito. Fue un mediocre velocista de 100 metros lisos y relevos 4x100. Ciclista amateur que llego a participar en una carrera de aficionados con una bici de paseo. Que dejó el juego de frontón porque le dolía la mano, y el tenis lo abandonó fulminantemente cuando el campeón de Valencia, Pepín Albiol, le gano de rodillas 6-0 y 6-0. ¡Vergonzoso deportista!

Incipiente pintor y crítico cinematográfico local, va tomando contacto con el mundo del cine en las tertulias que frecuenta en su Valencia natal, y en 1946 marcha a Madrid para matricularse en la primera promoción del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, situado en el edifico de la Escuela de Ingenieros Industriales junto al Museo de Ciencias. Lugar conocido como “Los Altos del Hipódromo”, que tantas historias de horror hicieron correr de boca en boca de los tiempos de la guerra.

En
1951 realiza su primera película “Esa pareja feliz”, en colaboración con su compañero y amigo Juan Antonio Bardem, alumno como él de la primera promoción del IICE, y aunque “huele a cocido” según la censura, se va afianzando como unos de los máximos exponente del “Nuevo cine español”, llegando a mover las estructuras políticas de la cinematografía.

Sus próximos años están plagados de trabajos que hoy, casi 50 años después, son claras referencias sociales y cinematográficas: “Bienvenido Mr. Marshall”, “Novio a la vista”, “Calabuch”, “Los jueves milagro”, “Plácido” o “El verdugo”, que aunque desfiguradas por la censura, logran ver la luz casi siempre con un poquito de retraso. Lo que no consiguen otras muchas que no logran traspasar los límites del papel donde están escritas.

También la inexperta Televisión Española de 1959 se lo impide. El proyecto de 36 capítulos que él tiene que supervisar, intranquiliza demasiado a los responsables del ente público que prefieren cosas menos comprometidas.

Acosado por la censura su segunda etapa de brillantez y proliferación se produce a partir de la llamada transición democrática. Pero en medio hubo un intento de hablar de las relaciones y obsesiones sexuales, de imposible realización este país como después se vería en 1969 con “Vivan los novios”.

Rueda en Argentina en 1967 “La boutique” y en Francia en 1973 “Tamaño natural”, tercera y última de las películas que por contrato le unen a Cesáreo González, sustituyendo por segunda vez “A mi querida mamá en el día de su santo”, que de ninguna manera logra obtener el visto bueno de la censura.

“Tamaño natural” que tanto nos recuerda a “No es bueno que el hombre esté solo”, incluso en el parecido físico entre Michel Píccoli y José Luis López Vázquez, narra la historia de amor entre un hombre y un maniquí. Su estreno no pudo efectuarse en España hasta octubre del 77 en Barcelona. Cuatro meses después lo haría en Madrid coincidiendo casi con el estreno de la primera de las entregas de la trilogía “Nacional”: “La escopeta nacional” donde arremete contra las caducas estructuras franquistas. “Patrimonio nacional” en 1980 sobre las expectativas que crea la monarquía, y por último “Nacional III” en 1982, en el momento de dominio político de los socialistas. A los que tira a degüello en 1993 en “Todos a la cárcel”, en pleno apogeo de la”cultura del pelotazo”.

En medio le dio tiempo a hacer algunas otras cosas. Entre las más importantes, un viejo proyecto sistemáticamente prohibido por la censura que hablaba de las estúpidas guerras, su inutilidad, y la distribución geográfico/ideológica a que el pueblo llano se ve sometido por quienes les organizan la vida, la miseria y la muerte. “La vaquilla”, rodada por fin en 1984, nos hizo reír mucho y sentirnos tristes como el “Blasillo mesetario” de Forges.

Tras la victoria de la UCD (Unión de Centro Democrático) en las elecciones de 1977, José García Moreno le ofrece un año después el puesto de presidente de la Filmoteca Nacional aduciendo que es “un reducto franquista”. Opinión que Berlanga no comparte y pide respeto para todos los puestos de trabajo, defendiendo que son personas entusiastas de su actividad, y aceptando el encargo.

Con la entrada de los socialistas cuenta que estando en un acto público se le acercó Javier Solana, Ministro de Cultura del primer gabinete de Felipe González, y abrazándolo aparatosamente farfullaba entre sonrisas: “Luis, Luis que alegría verte. Hoy he firmado algo tuyo…. ¿Qué era Pilar?”. Y Pilar Miró, Directora General de Cinematografía, que sabía de lo que se trataba, con su sequedad característica y su infinito desprecio, dijo torciendo la boca: “Su cese.” Días antes la directora había hecho una propuesta “generosa” al realizador: o cumplir estrictamente el horario de 8 a 3 o marcharse.

Era el presidente de honor de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España desde 1987, y participó en la primera reunión que a tales efectos convocó el productor Alfredo Matas para su creación, junto a destacadísimos profesionales como Saura, Pepe Sacristán o Charo López.

También era el propietario del carné nº 1 del “Partido Anarquista Burgués Independiente”, que seriamente de coña le adjudico su amigo y compañero Juan Antonio Bardem cuando tanto él como Cirilo Benítez, fracasaron en el intento de imbuirle los principios marxistas, recibiendo además las mofas del irredento alumno que cuando en aquellos finales de los 40 veía a alguien transportando un “somier” por las madrileñas calles les decía: “mira ese es del PCE”.

Posiblemente ese era el Berlanga más reconocible. Aquel que firmaba con una “B”, al igual que Bardem, los artículos que en “La Hora” del SEU escribían indistintamente el uno o el otro. Aquel que era capaz de dirigir al alimón aunque “oliera a cocido” como decían los censores, o aquel “tonto útil, colaborador de los comunistas” que decía Franco, y que era admirado y reconocido por público y colegas, como hoy lo ha sido sin distinción ideológica en la capilla ardiente montada en la sede de la Academia de Cine para su despedida.

LQSomos. Bartolome Salas. Noviembre de 2010



sábado, 30 de octubre de 2010

"Risafloja", Manuel Alexandre Abarca


Nace en Madrid 11 de noviembre de 1917. Hizo el bachillerato en el Instituto San Isidro y el primer curso de la carrera de Aparejador, que por conveniencia cambia a la de Derecho, donde acabando el primer curso, le sorprendió la Guerra Civil.

F
ue fontanero ayudante de su padre, que desde muy corta edad lo llevaba al salón que había en la Puerta del Sol, donde en su primer piso se jugaba y se ejercía la prostitución. El primer cuento que escribió en el Café Gijón, y por el que le pagaron 100 pesetas, estaba dedicado a “La pantera”, conocida meretriz de aquel lugar, que a los diez años le daba besos y cigarrillos.
Por una coincidencia se cruza en su camino el teatro como cuenta Carlos Fernández-Cuenca (director/censor del que ya hemos hablado en este libro, que continuamente en su fichero biográfico en la revista Primer Plano hace alusión a la Guerra Civil como “Guerra de Liberación”): “Durante cerca de dos años se desenvolvió difícilmente en el áspero clima de la zona roja, y en 1938 se le abrió un insospechado horizonte. Cierto día acompañó a un amigo, que se sentía fuertemente seducido por la escena, al Teatro Español, adonde le habían llamado para someterle a una prueba de aptitud. Los directores del primer coliseo nacional, que a la sazón lo eran un apuntador y un traspunte, no solo aceptaron al candidato, sino que aconsejaron a su acompañante que se inscribiera en la Escuela de Arte Dramático, creada por la F.A.I.

Jamás había pensado Manuel en el teatro, que le gustaba como espectáculo y nada más, lo mismo que el cine, pensaba proseguir sus estudios de abogado cuando acabara la guerra y continuar sus aficiones literarias. Pero aquella inesperada coyuntura tenía, ante todo y sobre todo, la ventaja de que podía librarle del frente de batalla”.

Parece que lo del acceso fue real, él mismo lo confesó en su aparición en “Lo + plus” el 23 de junio del 2003, contando también que en su aprendizaje con Carmen Seco en el año 38 conoció a Fernando Fernán-Gómez, su gran amigo.

Hombre apasionado de las tertulias, a las que acudía al principio con María Luisa Ponte, su compañera sentimental, a la que violentaba mucho por la falta de naturalidad para reírse.

De su faceta de autor decir que publicó algunos cuentos y relatos cortos en la “Estafeta Literaria”.

Solo en los últimos tiempos se le ha visto con asiduidad por las televisiones. Sobre todo por su papel de Arsenio “El anticuario” de la serie “Los ladrones van a la oficina”.

Pero se inició en 1963 en el mismo espacio de “Gran Teatro” que lo hacía Tomás Blanco, con la obra “Don Juan Tenorio”. Años en que la necesidad que apretaba lo obligaba a hacer anuncios de radiadores junto a su amigo Fernando Fernán-Gómez. Pero su continuidad sería a partir de los últimos años de la década de los sesenta con muchos dramáticos y novelas. Medio que parece ha abandonado con la llegada del nuevo milenio, donde se le pueden contar apenas un par de apariciones en “Fumar perjudica seriamente la salud” u “Hospital Central”. Quizá por la acumulación de papeles cinematográficos principales en esta etapa final de su carrera.

Galardonado el 2 de febrero del 2003 con el premio Goya a toda su carrera, hizo un breve y emocionante discurso entre los aplausos de un público emocionado, en una gala sensibilizada contra la guerra de Irak.

En este año de 2006 cuando comparte decanato artístico con María Isbert, le llega el reconocimiento absoluto con papeles protagonistas y abundancia de trabajo. Dos películas en cartel: “Cabeza de perro” y “¿Tu quien eres?”, sobre tan preocupante enfermedad como el Alzheimer.

Hoy, día del Pilar del 2010, se hacen eco los noticiarios de su fallecimiento. Una vez más los tanatorios se llenan de cámaras y amigos para despedir a otro actor perpetuo, que no desaparecerá de la memoria aunque lo intente el tiempo inexorable, porque para evitarlo, aquí reflejamos parte de su obra.

En “Dos cuentos para dos” (Luis Lucia 1947) es fugazmente uno de los dos inspectores de policía que con excesiva amabilidad sacan de los calabozos de la comisaría a Jorge y Berta (Tony Leblanc y Carlotita Bilbao), ya que gracias a la pelea que han tenido en el baile, han logrado detener a uno de los más peligrosos criminales que andaban buscando.

“Bienvenido mister Marshall” (Luis García-Berlanga 1952) fue su segunda película, donde hace un pequeño papel de acompañante del “Delegado” (José Franco) que visita Villar del Río, para urgir a los paisanos en el engalanamiento del pueblo por la visita inminente de los americanos. Una sonrisa con bigote que sin pronunciar palabra asiste a la reunión con el alcalde (José Isbert).

En “Cómicos” (Juan Antonio Bardem 1953) es Manolo, el hombre para todo de la compañía de comedias Soler-Salas. El imprescindible y el que siempre carga con las culpas. Se ocupa del atrezzo, de dar la entrada a los actores, de repasar el escenario, poner la música y comprobar si encienden “las diablas”.

“Las diablas”; palabra evocadora para denominar esa batería de luces de colores que cuelga del “peine” entre bambalinas. Que qué es el “peine”. Pues ese espacio que queda entre el foso de la orquesta y el telón una vez que se baja.

En “Felices Pascuas” (Juan Antonio Bardem 1954) es el atontado soldado de infinito “tres cuartos” que imperiosamente tiene que “pasar lista”, y que por imposición paterna roba el cordero “Bolita” para darle solución culinaria. En el colmo de la ignorancia confunde a D. Juan Tenorio con el dueño de la imprenta.

El “tres cuartos” es la ridícula prenda especie de gabardina verde que los soldados de ésa y otras muchas épocas llevábamos en invierno sobre el uniforme, haciéndonos parecer una especie de “Mazinguer Z” cuando aun no estaba ni inventado.

En “Muerte de un ciclista” (Juan Antonio Bardem 1955) es el ciclista que en la oscura carretera de la huida de María José (Lucía Bosé), surge de la lluvia, y que por intentar esquivarlo se estrella saltando por el puente. Asustado por el accidente huye del lugar como antes lo habían hecho los amantes.

En “El malvado Carabel” (Fernando Fernán-Gómez 1955) es el Doctor Solá, el estomatólogo que atiende a Silvia (Mari Luz Galicia), que acompañada de su madre (Carmen Sánchez) acude a su consulta. Iniciando relaciones sentimentales con la hija con el beneplácito de la madre, ante la ineptitud demostrada por su anterior novio, Amaro Carabel (Fernando Fernán-Gómez), para prosperar en la vida.

En
“Fulano y Mengano” (Joaquín Romero Marchant 1955) hace otra de sus breves apariciones, esta vez escondido tras un traje blanco de guardia del ayuntamiento, y bajo una gorra de plato de la que apenas asoma más que un bigotillo, reprende a Eudosio (José Isbert) porque en la puerta de una iglesia un señor malhumorado le ha dado un duro tras preguntarle si era pobre, por lo que el guardia lo trata como un mendigo. Quejándose también de que ha ganado un duro en un minuto, y llenando la frase de puntos suspensivos cuando tiene que delatar lo que ganaba un guardia al mes.

Quizá a la censura no le hubiera parecido oportuno pregonarlo, lo mismo que no le pareció al guardia aludir la “pasta” que “levantaban” en múltiples ocupaciones compartidas con la municipal.

En
“Vivan de novios” (Luis García-Berlanga 1956) es Carlos, el hermano amnésico de Dolores (Laly Soldevila), que con un cartel colgado al cuello: “Soy amnésico, devuélvanme a Souvenirs Dolor´s”, enreda con la muerta que reposa en la bañera entre el hielo.

En “Viaje de novios” (León Klimosvky 1956) es Lorenzo Sallent “Loren”, pichoncito recién casado con Merche (Elvira Quintilla). Escritor botánico tan enamorado que rompe el pacto con los hombres para “chivarse” a su mujer de que las joyas robadas eran falsas.

Dice Paco Ignacio Taibó en su libro “Un cine para un Imperio”, que Franco, que era un hombre parco en exteriorizar sus emociones, con lo cual traía de culo a aquellos que intentaban halagar al dictador, un día, cuando le proyectaban en El Pardo “Viaje de novios” exclamó complacido: “Estas son las películas que han de hacerse en España”, por lo cual desde ese momento los pelotas del régimen se pusieron manos a la obra para intentar contentar a su excelencia y de paso beneficiarse de las clasificaciones.

Es el primer trabajo de José Luis Dibildos como productor, colaborando además en el guión escrito por Noel Clarasó. Uno de los más sonoros nombres de las televisivas noches de teatro de comedias. Licenciado en Derecho que había nacido nada menos que en la mítica Alejandría cuando su padre, el famoso escultor catalán Enric Clarasó, cumplía compromisos laborales allá por 1904.

La historia cuenta, como Juan, (Fernando Fernán-Gómez) que los últimos diez años ha vivido en África, se casa por poderes con Ana (Analía Gadé), repetitiva pareja cinematográfica de aquellos años a partir de este trabajo. La bella cordobesa de Argentina que llega a Madrid después de trabajar en el cine porteño como premio por ganar uno de los múltiples concursos de belleza en su país.

Federico (Rafael Alonso), servicial amigo les ha preparado la “luna de miel” en un discreto hotelito de la sierra de Madrid, pero mientras esperan en el aeropuerto de Barajas, que en el año 1956 más parece “Cuatro vientos”, Juan coge una cogorza que le hace irreconocible a los ojos de Ana. En el hotel coinciden con otras cuatro parejas de recién casados y con la actriz Yolanda Clavel (Aurora de Alba) para crear un poco de discordia.

Destacar el trabajo realizado por la pareja formada por Merche (Elvira Quintillá) y Loren (Manuel Alexandre), acaramelados de manos y ojos durante toda la película. Y las inocentes redondeces de las mujeres de aquellos tiempos que nos hacían parecer a los hombres todavía más tontos de lo que somos.

En “Calle Mayor” (Juan Antonio Bardem 1956) es Luciano, el más imbécil de los señoritos golfos de la pequeña ciudad castellana, que cada noche matan su tedio entre casas de putas y pesadas bromas a cualquier víctima fácil.

Pesado borracho de mal vino al que Federico (Ives Massard) tiene que abofetear indignado por la “broma” que han preparado para Isabel (Betsy Blair), la “solterona” de 35 años a la que ha enamorado otro de los estúpidos: Juan (José Suárez), que no encuentra la forma de echarse atrás en el atropello.

Dice la voz en off al principio de la película que tres cosas marcan la vida de la ciudad: “El tañer de las campanas, el paseo de los seminaristas de tres en tres al atardecer y los paseos por la Calle Mayor”. Demasiada tranquilidad para tan poco cerebro provinciano.

En “Calabuch” (Luis García-Berlanga 1956) es Vicente, el pintor que tranquiliza su creatividad artística rotulando las barcas de pesca para las parejas casaderas. Corresponsal local de prensa que a la postre, involuntariamente, descubre el paradero de Jorge (Edmund Gwenn), el científico clandestino que huyó de Estados Unidos tras inventar el cohete Marilyn, y que ahora pone sus conocimientos al servicio del pueblo de Calabuch para construir un cohete de artificio que pueda ganar en el concurso de fuegos a su vecino Guardamar. Siendo Vicente el encargado de rotular en su costado el nombre del pueblo, que quedará brillando en el cielo cuando el artefacto hace explosión.

Su voz fue doblada para este trabajo por Víctor Orallo, desfigurando completamente su personalidad.
La película fue rodada en Peñíscola cuando apenas era algo más que un bar y una playa.

En “Todos somos necesarios” (José Antonio Nieves Conde 1956) es Adolfo, el factor de la estación donde toman el tren los presos excarcelados del penal que se haya en sus proximidades.
Entran tres de ellos en noche de intensa nevada mientras juega a las cartas con su jefe (Manuel de Juan), teniendo que soportar sus impertinencias ante la huída de su superior y el retraso que trae el convoy.

En “El aprendiz de malo” (Pedro Lazaga 1957) es el acompañante bromista de D. Gregorio, al que usurpa la personalidad entre entupidas risas y bromas para burlarse de Casto García (José Luis Ozores), y ofrecerle un trabajo ficticio.

En “Los jueves milagro” (Luis García-Berlanga 1957) es Mauro, mendigo con el que experimentan el milagro de la aparición de San Dimas, cambiándole de lugar el vagón de tren donde duerme en la estación de trenes de Fontecilla.
Repitió siete veces la toma en la que el tren le pasa rozando por imperativo de Berlanga, hasta que en una de las tomas un pasamanos del vagón le arrancó la botella de la mano y se negó a seguir.
En otra de las escenas que salen fuegos artificiales del techo del vagón donde duerme la borrachera, Berlanga quería hacerla sin pruebas, a lo que él, remiso, le pidió que se pusiera él primero para ver la ubicación. Pero el amoscado Berlanga tampoco se puso y probaron en vacío. La primera chispa atravesó el colchón a la altura que debería estar la cabeza.

En “El hombre del paraguas blanco” (Joaquín Luis Romero Marchant 1957) es el poético intelectual de Torrebaja. Lo dice su aspecto y las palabras que emplea que no entiende ni Dios. Por ejemplo, denominar “aborígenes” a los vecinos del pueblo de al lado cuando mandan a Mauricio (Antonio Ozores) a espiar la preparación de los fuegos de artificio de las fiestas, y ante la tardanza dice eso: que lo han capturado los aborígenes.

En “La vida por delante” (Fernando Fernán-Gómez 1958) da vida a Manolo, amigo poeta de la vida estudiantil de Antonio (Fernando Fernán-Gómez), juerguista de la noche madrileña que se lamenta de su mala suerte desde su descapotable lleno de chicas guapas.

Aquellas chicas despampanantes que le acompañaban en el “Aiga” americano con sus abrigos de pieles y sus joyas, eran chicas de alterne del famoso “Riscal”, que gustosamente se ofrecieron a colaborar con su indumentaria de trabajo.

En “El inquilino” (José Antonio Nieves Conde 1958) es el limpiabotas torero que ilustra sus ilusiones taurinas con “naturales” que surgen del trapo impregnado de betún mientras el cliente espera con paciencia el trabajo a medias. Apoderado por el desalmado intermediario Fernando Sancho, para “derrochar su arte” por las duras plazas pueblerinas de garrota en mano.

En “Bombas para la paz” (Antonio Román 1958) es el novio besucón que entra acaramelado al despacho parroquial para fijar la fecha de la boda, justo cuando el cura está echando a la comitiva de la otra por broncas. Corriendo la suya la misma suerte ya que tras la manifestación de la novia de que se casará de negro como prometió a su madre, él testarudo dice que de blanco. Yéndose a “tomar por culo” el evento al tomar partido cada uno de los padres por su correspondiente retoño: Ángel Álvarez y Rafaela Aparicio respectivamente.

En “Solo para hombres” (Fernando Fernán-Gómez 1960) es Manolo Estévez, funcionario público que en las gélidas tardes de enero en compañía de su amigo Pablo (Fernando Fernán-Gómez) visitan a las chicas casaderas para atenuar el hambre que pasan, aunque el frío es imposible, dado que en las casas madrileñas la temperatura a veces es más baja que en la calle.

En “091, policía al habla” (José María Forqué 1960) es Luciano, un honrado padre de familia que pone a su mujer y a sus tres hijos en el coche de línea de Alicante, y se dispone a pasar la primera noche de crápula “Rodríguez” en compañía de sus amigos Julio (Julio Peña) y Manolo (Ángel de Andrés), por lo que los tres juntos, previas mentiras conyugales, se dirigen a una terraza de moda para ligarse a dos rubias que emborrachan, y que de vuelta a Madrid, estrellan en el “600” que viene haciendo “ochos” por la Castellana, contra una de las farolas de la puerta del Estadio Bernabeu. Él sólo terminará ensangrentado y con algún esparadrapo, pero su amigo Manolo quedará muerto junto a Charo con una botella en la mano.

En “Plácido” (Luis García-Berlanga 1961) es Julián, el cuñado cojo de Plácido (Casto Sendra “Cassen”), hermano de la deliciosa Emilia (Elvira Quintillá), que cuida unos W. C. de señoras donde prácticamente vive toda la familia. Trabajo que fue reconocido con el premio al “mejor actor secundario” por el Sindicato Nacional del Espectáculo, recibiendo el galardón de manos de la “sonrisa del régimen”: El ministro Solís.

En “Atraco a las tres” (José María Forqué 1962) es el Sr. Benítez, todo un personaje de la noche madrileña.
Entrampado juerguista que plancha los pantalones bajo el colchón y que pide un anticipo de 500 pesetas a cuenta del atraco. En el simulacro le toca ser el novio de Enriqueta (Gracita Morales), de la que recibe una “caricia” que le deja el ojo tras una cortina cual si fuera el Capitán Garfio.
El pasado año (2002) lo hemos visto representar esta obra en el Teatro del Centro Cultural de la Villa de Madrid. Esta vez por méritos propios y por edad, representaba al bondadoso director de la sucursal, al que van a jubilar “con 85 años”.

En “La becerrada” (José María Forqué 1962) es D. Poli, el empresario de variedades que anda como loco porque no se puede abrir la tapa del piano, y el pianista se niega a descerrajarlo mientras que el público se ensaña con un amariconado flamenco (Agustín González) que les recita “Con diez cañones por banda”. Oportuno momento en que aparecerán tres reverendas (Amparo Soler, Nuria Torray y María José Alfonso) que le quieren comprar un toro para una corrida benéfica, consintiendo en cedérselo a precio de costo cuando Sor Leocadia “milagrosamente”, abre la tapa del piano con la llave del botiquín.

En “La batalla del domingo” (Luis Marquina 1962) es uno de los gangster de la banda de “Risitas” (Ismael Merlo), que juega al mus en la casa de Julia (Mary Santpere) mientras custodian a Di Stéfano, y cuando ésta trata de liberarlo por una cuestión de celos con su jefe, se pegan un tiro mutuo que termina con la vida de ambos.

En “Chantaje a un torero” (Rafael Gil 1963) es “El tísico”, el preso que pone a Juan Medina (El cordobés) en antecedentes sobre la trampa que le han tendido sus amigos sobre el asesinato de la joven alemana en Marbella. Cuando van a buscarlo para que ayude a esclarecerlo, hace seis meses que había fallecido.

En “El juego de la verdad” (José María Forqué 1963) es Victoriano, un borracho pesado que en la “Venta de Carmona” pregunta por D. Emilio continuamente cuando llega la comitiva de señoritos crápulas de madrugada para continuar la juerga, y sin saber cómo se mete en el coche de Miguel (José Bódalo) y se queda dormido, despertando cuando camino de un tentadero, Vicky (Sandra Lebrocq), que le ha tocado a Miguel en el cambio de parejas, se le insinúa. Pegándole un susto de muerte cuando al despertar encuentra la mano de la rubia cerca y empieza a sobársela, dándose cuenta ésta que su acompañante lleva las dos sobre el volante. Cuando Miguel se baja para expulsarlo del coche, todavía se pone chulo y le pega dos patadas en la carrocería.

En “El Señor de La salle” (Luis César Amadori 1964) es el Abate Bricot, el maestro que ve amenazados sus privilegios cuando Juan Bautista de La Salle pone en marcha el nuevo sistema de escuelas para pobres donde ni se pega ni se cobra. Por lo que en primera instancia se queja al párroco de San Sulpicio para que reprenda al canónigo, y terminará secundando la cruzada de monsieur Rafrond que arrasa las escuelas y prende fuego a los libros.

En “Los palomos” (Fernando Fernán-Gómez 1964) es Eugenio Martínez, un “inspector de utilidades” que la noche de “Los Santos Inocentes” se queda bloqueado por la nieve en la urbanización Somosmontes, y tiene que buscar ayuda en un chalet para poder llamar a su mujer Antoñita y que le traiga las cadenas. Momento en el que se está cometiendo un asesinato que le provoca un gran desasosiego hasta que le explican que se trata del juego del “crimen perfecto”. Por eso media hora después, cuando vuelve con el mismo cometido, se toma a broma a la vieja que yace estrangulada en la mecedora (Julia Caba Alba), teniendo que darle una nueva explicación de que esta vez es verdad, por lo que llorando se queda con “Los Palomos” (José Luis López Vázquez y Gracita Morales) para intentar justificar una situación que cada vez se enreda más.
La llegada de la policía lo hará cómplice del asesinato y se acordará de su “Gordini” abandonado pensando que le van a caer seis años y un día.
Siento decirles que por más que me he esmerado no puedo decirles que es un “inspector de utilidades”, aunque barrunto que su cometido era el de llevar algún tipo de notificaciones a los domicilios.

En “Historias de la televisión” (José Luis Sáenz de Heredia 1965) es el antenista que junto a Rafael Hernández instalan una de aquellas primeras televisiones en la casa del capataz de la Casa de Fieras del Retiro, para que este vea como su hijo (Tony Leblanc) hace el ridículo en los concursos.
Una escena antológica es la que mantienen a caballo Felipe (Tony Leblanc) y el Sr. Rincón (José Luis Coll), disparándose nombres de hortalizas en un programa cultural de José Luis Uribarri. Para desesperación de Felipe gana Coll, que dice que la “Aleluya” es una hortaliza. Y es verdad.

En “Hoy como ayer” (Mariano Ozores 1965) es Hipólito, el farmacéutico que atiende a “Fortecha” (José Luis López Vázquez), el fontanero superpotentado que acude a por penicilina y a que le pongan una inyección, por lo que llama a su practicante García (Perla Cristal), que deja al fontanero de una pieza cuando ve que es una mujer, sobre todo cuando tiene que pincharle en el culo, por lo que tienen que recordarle cuando se marcha que se le ha olvidado ponerse los pantalones.

En “Fray Torero” (José Luis Sáenz de Heredia 1965) es otro de los tres “Intocables” que siembran el terror en el pueblo por orden de Bernardo Lanuza (Agustín González), para obligar a los frailes de “Los Gabrieles” a que cedan sus terrenos para la construcción de una gasolinera.
En este caso, como ya lo hiciera en la televisiva “Doce hombres sin piedad”, presta su “aspecto fiero y marginal” para asustar viejas y tumbar a patadas pellejos de vino, mientras sus compinches pelean a correazos contra “La Pascuala” (Carlota Bilbao), que los está poniendo finos con un garrote.

En “Operación Plus Ultra” (Pedro Lazaga 1966) es Pepe, el regidor de control de la Cadena SER, que ayuda a su amigo Juan Aguilera (Alberto Closas), locutor de la misma, a organizar la Operación Plus Ultra para 16 niños de reconocido valor o abnegación. Por lo que mostrando un atlético aspecto se embarca en el avión de Iberia entre ellos para recorrer España entera y que el Papa Pablo VI les de su bendición.
Curioso ver al Papa encaramado en la Silla Papal a hombros de ocho fornidos portadores vestidos de rojo demonio, que posiblemente paguen sus culpas de esta manera por malvados comportamientos.

En “Amor en el aire” (Luis César Amadori 1967) es el profesor Minguele, que explica a los alumnos de Ingeniería Naval la estructura de las “cuadernas”, prestando todos atención religiosa menos uno que canturrea mientras escribe, un tal Víctor Saldié (Palito Ortega), más interesado en la composición musical que en los estudios de ingeniería. Al que pide que la cante en público en el justo momento en que aparece el director, que se llevará al profesor al despacho para reprenderlo mientras Palito canta “Lección de amor” para el respetable.

En “La cólera del viento” (Mario Camus 1970), es Agustín, deforme mozo de estación. Andrajoso retrato de la miseria al que los señoritos pegan una paliza hasta conseguir que delate al maestro (Carlos Otero).

En “Pierna creciente, falda menguante” (Javier Aguirre 1970) es un fulano que marcha en el coche de Raúl Corbina (Manuel Gil), recriminando a su padre (Fernando Fernán-Gómez) con cara de asco por el corsé encontrado en el automóvil. Ligón profesional que toma al asalto los parques públicos donde las niñeras se dejan engatusar con una invitación al cinematógrafo. Donde un día ve al volante a una mujer bellísima que lo saca de sus casillas (Laura Valenzuela), a la que no puede acceder compitiendo con el poderío de las joyas que regalan duques y barones, y decide hacerlo por lo fino, regalándole unas medias de seda que el mismo quiere poner. Lo que le hace ganarse un raquetazo en la cabeza por grosero, que vengará justicieramente denunciando a la institutriz por conducir borracha ante la dueña de la casa.

En “Tamaño natural” (Luis García-Berlanga 1973) es Natalio, el portero servilista del dentista Michel (Michel Piccoli), al que arregla los grifos y cotillea la casa encontrado la muñeca de goma que bajo la cama guarda el inquilino. A la que acariciará primero para follársela en una segunda visita ante la cámara que Michel, desconfiado, ha dejado grabando. En esta película se suspendió por muchos años la amistad entre director y actor, que se negó a viajar una segunda vez a París para el doblaje por el miedo que tenía a volar. Parece que Berlanga subió demasiado el tono y se quebró una relación que no había estado exenta de broncas. Años después se restañaría con la trilogía de la “Escopeta Nacional”, donde la gente que los quería echó un cable para facilitar que fuera posible.

En “Señora doctor” (Mariano Ozores 1973), también en una breve aparición, es el dentista con el que se coloca como ayudante la doctora Elvira Ruiz (Lina Morgan), a la que da la oportunidad de estrenarse con un paciente que arranca no solo la muela sino también el peluquín, y para colmo se desmaya en cuanto ve la sangre.

En
“Los nuevos españoles” (Roberto Bodegas 1974) es Sinesio el más pesimista empleado de la compañía de seguros “La confianza”, capaz de utilizar colirio para acabar con la tristeza de sus ojos y alzas para crecer porque lo manda Harry Flanagan “Harry el sucio”, (Willyan Laiton) el más despiadado domador de imágenes de la multinacional Broster & Broster, que convierte a los trabajadores absorbidos en peleles disfrazados de ejecutivos que tienen que esconder sus “vergüenzas” bajo peluquines y fajas para mostrar la imagen de jovialidad que el patrón persigue.
Es la primera víctima del nuevo orden empresarial. Su pobre corazón a ritmo español no asimila la presión foránea cuando aun no se había inventado la palabra “stress”.

En “Duerme, duerme mi amor” (Francisco Regueiro 1974) es Paco Hernández Gil, descerebrado solitario que ni en las “barras americanas” quieren servir, porque tiene la manía de matar “aunque con eso no hace daño a nadie”. Se hace amigo de Mario (José Luis López Vázquez) en un minuto y le brinda una extraordinaria idea para deshacerse del cuerpo de su mujer (María José Alfonso) cuando la asesine. La trituradora del camión de la basura.

En
“El puente” (Juan Antonio Bardem 1976) es Rafael, el amigo manchego de Juan (Alfredo Landa), emigrante en Alemania que ha vuelto de vacaciones al pueblo en compañía de otros paisanos emigrantes y de su mujer, una alemana que solo sabe decir en castellanos “cabronazo” e “hijo puta”, poniéndolos la fortuna en el mismo restaurante de la gasolinera del pueblo donde Juan come un bocadillo camino de Torremolinos. Tras las risas, las fantasías y los extravagantes ropajes, se vislumbrará un poso de tristeza en los unos y en el otro, que ya ni se acuerda de los años que lleva sin acordarse de su madre desde que marchó a Madrid.

Tiempos de emigrantes a Bélgica, Suiza y Alemania, de los que Bardem quiere hacer un boceto acercándose nada más que en el aspecto, la realidad era mucho más cruda. Indocumentados que trabajaban en los peores tajos como obreros manuales y una vez al año vestían sus mejores galas y a bordo de un Ford Mustang, casi siempre de color rojo, se presentaban en barrios con calles sin asfaltar para deslumbrarnos a todos con sus triunfos y darnos una vuelta en el coche con las ventanillas bajadas por las calles polvorientas, desde donde saludábamos a orgullosos padres que no les quedaba más remedio que contar a los vecinos lo afortunados que eran sus hijos. De estas situaciones da sobrada cuenta el libro de Günter Wallraff “Cabeza de turco” y la extraordinaria película de Carlos Iglesias “Un franco 14 pesetas”, que curiosamente ha pasado casi desapercibida.

En “Los días del pasado” (Mario Camus 1977) es el inspector escolar que aprovechando la visita a Bárcena para comprar huevos y mantequilla, acude a la escuela a saludar a la nueva maestra (Pepa Flores) extrañado de que alguien tan joven venga desde Málaga a ocupar un puesto que lleva seis años vacantes.

Hombre sencillo y amable que le da las claves para cuando reciba la visita de la inspectora de Falange, mientras intenta encontrar su complicidad antifranquista temiendo crear en ella la desconfianza, por eso ciñéndose a su labor de inspección, prometerá material escolar a la maestra mientras con la gabardina arremangada desaparece por el camino empedrado sobre su bicicleta.

En “La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona” (Ramón Fernández 1978) es Vicente, honorable y anticuado tendero de Archidona que esconde bajo su máscara malhumorada la misma lascivia que mueve al resto de sus vecinos, cuando los visita anualmente la compañía de revistas de Emilio “El moro”. Estando presto a sacar las entradas para ver “carne”, cuando toda su familia sabe que las comprará aunque espere hasta el último momento para comunicárselo.

En “El caso Almería” (Pedro Costa Musté 1983) es Enrique, el amigo incondicional del abogado Mario Aguilar, (Agustín González) que en la soledad de Santa Fe Alhama toca el saxofón. Al que reconforta diciéndole que le echa “un par de cojones y un palito” y le ayuda en sus indagaciones.

En “El año de las luces” (Fernando Trueba 1986) es Emilio Zorzano, rojo redimido acogido como hombre para todo en el preventorio falangista en la Sierra de Gata por ser el marido de la cocinera (Rafaela Aparicio), la que ante sus bravatas machistas le grita que no ha sido capaz de hacerle un hijo, cuando trata de adoctrinar en el amor a Manolo Morales (Jorge Sanz), el adolescente llegado desde Madrid que ha puesto el orfanato patas arriba.
En el taller de carpintería, tras las puertas de una capillita de madera, guarda junto a la foto de su novia parisina el retrato de Durruti, al que llama San Buenventura cuando el joven le pregunta por su identidad.

En “El bosque animado” (José Luis Cuerda 1987) es Roque Freire, el “risa floja”, el primer cliente del bandido Fendetestas, que le entra su afamada risa cuando Malvís de Armental (Alfredo Landa) al grito de “me cago en Soria” (o algo similar) le apunta con la pistola para quitarle el dinero. De la risa pasa a crearle cargo de conciencia, terminando por regatear con el bandido que se conforma con veinte duros, e intenta sacarle un cigarrito.

Leyendo las memorias de Alfredo Landa me entero de que el “algo similar” era “me caso en Soria”. Mal grito para un atraco pero al menos así no se sentirían a disgusto los sorianos.

En “Amanece que no es poco” (José Luis Cuerda 1988) es Paquito, el irreverente padre del místico cura D. Andrés (Casto Sendra “Cassen”), que se caga en las monjitas por subir el precio del vino para consagrar y come fabadas en tiempo de ayuno. Ayudante en misa que recoge con las manos en alto las cerradas ovaciones que el público tributa a su hijo en el sacrosanto.

En “Sinatra” (Francesc Betriú 1988) es Manolo, el suplente nocturno de Antonio Castro “Sinatra” (Alfredo Landa) en la portería de la pensión donde vive alojado y solo, así mata los ratos haciendo castillos con las llaves de las habitaciones, mientras “Sinatra” busca por todos los tugurios de Barcelona a Natalia (Maribel Verdú), la joven “una miaja inocente” que dice que está loca por él y se mutila para demostrárselo.

En “La forja de un rebelde” (Mario Camus 1989) es D. Justo, el maestro de Méntrida que le hubiera gustado ser un gran profesor y que solo consiguió una plaza en tan mesetaria localidad donde nadie presta atención a los conocimientos que imparte, utilizándolo únicamente como veterinario por los grandes conocimientos que ha desarrollado de botánica y zoología, matando el tiempo libre por los campos y por los libros. Conocimientos que pone a disposición de la curiosidad de Arturito Barea (Jorge Juan García Contreras) cuando pasa la temporada de verano con su familia en el pueblo, quedándole al niño indeleble el recuerdo del mejor maestro de su vida.

En “El mar y el tiempo” (Fernando Fernán-Gómez 1989) es Paco, el camarero del restaurante Eusebio (Fernando Fernán-Gómez), un “chuleta” castizo que a término de las funciones laborales juega la partida de mus con ágil y simplificada conversación que reduce la muerte de Martin Luther King y la guerra del Vietnam a simples problemas de unos cuantos “chinos” y “negros”, y asombra a Jesús (José Soriano), el exiliado que vuelve tras 30 años en Argentina, y se emociona cuando le oye decir “Gilipollas” y “Tontoelculo”.

En “Tocando fondo” (José Luis Cuerda 1993) es Marcelino, el encargado del almacén de Andrés Ortiz (Antonio Resines), que en tiempos de crisis se quedan absolutamente con toda la mercancía que pueden sin pagar un duro por ella, todo lo más en el trueque largar algo que esté caducado. Por lo que no es de extrañar que con frecuencia lo visiten los matones amenazándolo con “recortadas” que no le infunden ningún respeto y que con tranquilidad y buenas palabras se quita de encima. Con el fin de la crisis optará por la jubilación para irse con la “parienta” a Alicante a tomar el sol, y para que no se vaya triste, D. Andrés le prepara el clima adecuado en su despacho para que cumpla su más histórico anhelo, el de darle un “empujón” a Margarita.

En “Todos a la cárcel” (Luis García-Berlanga 1993) es Modesto, el preso comunista que trata de “cepillarse” a las mulatas anticastristas que han ido a la fiesta. Muerto de hambre siempre, cambia una cucaracha por una gamba al preso franquista (Rafael Alonso).

En “Madregilda” (Francisco Regueiro 1993) es “cuatrojos”, el maquinista del tren desde donde se tiran los bultos del estraperlo antes de que llegue la policía, esperando a Manolito “el cagarrutero”, que tras colocar sus chorizos le urge a que arranque cuando entre la niebla se recortan los capotes de los guardias a caballo.

En “La Regenta” (Fernando Méndez-Leite 1995) es Santos Barinaga, el borracho desaliñado que a gritos por la plaza de Vetusta llama ladrones al “Magistral” (Carmelo Gómez) y a “su señora madre” (Amparo Rivelles), por haberlo arruinado y llevado a la apostasía a pesar de ser un buen católico. Injusta situación que sus amigos anticlericales tratan de paliar hablando con el Arcipreste (Luis Barbero), sin poder evitar que muera de hambre ante la desesperación de su hija y la impotencia de sus amigos que lo acompañan al cementerio en medio de una lluvia abundante, y los insistentes ladridos de un perro reflejo de su voz que no se acalla.

En “La vuelta de El Coyote” (Mario Camus 1998) es Julián, el criado viejo de D. César de Echagüe (José Coronado), que sabe que tras su pacífico aspecto de hacendado educado en el extranjero, se esconde el temido “Coyote” que ha regresado a California para evitar los atropellos que Montalbán (Simón Andreu), con la alianza de los norteamericanos, está cometiendo con su amigo Anselmo Salinas (Ramón Langa) y el resto de propietarios californianos.

En “París Tombuctú” (Luis García-Berlanga 1999) es Sento, el rotulista de Calabuch como lo fue 50 años antes para el mismo director. Ahora en vez de barcas rotula el taller de Boronat (Juan Diego) porque quieren convertirlo en “Casino Libertario”, aunque se le sigue atrancando la “S”, de la que habla lindezas por ser tan sinuosa.

En la entrega de la llave de la ciudad a Bahamontes (Luis Ciges), abroncará a su correligionario Boronat llamándole “lameculos” y “oficialista”, por prestarse a participar en el acto, volviéndose la bronca en aplausos de admiración cuando le pega con la llave en la cabeza. Cosas de anarquistas.

En “Elsa y Fred” (Marcos Carnevale 2005) es “Fred”, Alfredo, el jubilado de Telefónica de trayectoria impecable que ve como se desbarata su vida cuando su alocada vecina Elsa (China Zorrilla), de 82 años, irrumpe en ella como una locomotora juvenil y vitalista que lo llena de emociones desconocidas. Animándolo a tirar al retrete todos sus medicamentos y marchar con ella a Roma como los protagonistas de “La dolce vita” de Fellini, para bañarse en la Fontana de Trevi de madrugada.

Noventa años han tenido que pasar para que este veterano actor consiga su primer papel protagonista. Aunque en la película le quiten unos poquitos y lo dejen solo en 78.

LQSomos. Bartolome Salas. Octubre de 2010

miércoles, 28 de julio de 2010

Antonio Gamero, el bigote inquebrantable


Nació en Madrid el 2 de marzo de 1934, en una España tan convulsa que tan solo unos días después Alejandro Lerroux restablece la pena de muerte.

Niño de posguerra que llegó a estudiar Derecho y abandonó la carrera para hacer Dirección Cinematográfica en la Escuela Oficial de Cinematografía de los Altos del Hipódromo, de donde lo expulsaron por motivos políticos.

Se inicia en la interpretación por la escasez de actores que había en la escuela, prestándose a hacerlo para sus amigos realizadores en los cortometrajes de obligado cumplimiento para la titulación, especialmente para su compañero José Luis García Sánchez, que no pudo graduarse al ser expulsado de la Escuela junto a otro montón de alumnos. Con él trabajaría en el mundo del corto para la productora In-Scran cuando ya llevaba diez años como actor profesional. Con éste y con Jesús Fernández Santos funda el grupo “Goliardos”, por el que tantos actores y actrices han pasado. Como aclaración decir que el denominativo “Goliardos” es un homenaje a los representantes de cierto tipo de poesía que nace en la Edad Media (siglos XII y XIII) a la vez que nace la Universidad, institución de carácter secular contrapuesta a los intereses de la Iglesia en el monopolio de los conocimientos, y de cuyo inevitable enfrentamiento en el concilio de Sens en 1140, Abelardo es calificado por San Bernardo como “Goliat”, una especie de personificación del demonio. Como ilustración creo que ya vale. En 1969 se inicia en el cine con “La verdadera vida de Blancanieves” de Bernardo Fernández, que es inmediatamente secuestrada por el gobierno. Cosa que no extraña ya que él mismo la califica como absolutamente subversiva a “El diario vasco”. Aunque antes ya había trabajado en este medio como ayudante de dirección con José Manuel Gutiérrez Sánchez (seudónimo tras el que se esconde Manuel Gutiérrez Aragón) en 1965 con “Clara”.

Casi a la vez que en el cine debuta en televisión, en el año 1971 en la serie “Plinio”, detective rural al que daba vida Antonio Casal, dándosela Alfonso del Real a su ayudante D. Lotario, mientras él representaba al Cabo Maleza. Durante la década, aunque no se prodigó mucho por estar inmerso en importantes proyectos cinematográficos, se le pudo ver de vez en cuando, como en el episodio “El demonio”. En el de “El quinto jinete”, en el de “Aquí durmió Carlos III” de la serie “Curro Jiménez”, o en algunas sobremesas del año 78 apareciendo en las “Novelas”. Entrando con fuerza en la siguiente década para hacer dramáticos y series que conllevaban papeles de “padres”. Como el padre de Lola en “Cosa de dos”, dando de perlas para los papeles de intriga, misterio e investigación: “Pagina de sucesos”, “La huella del crimen” o “Tercera planta, inspección fiscal”, porque “Los ladrones van a la oficina”, donde hacía el papel de Ramírez, no se podría clasificar en este apartado. Tras pasar por “Médico de familia” como Vicente, y por “La banda de Pérez” como Eulogio, cerró su capítulo televisivo por ahora (2004), haciendo lo que anteriormente había hecho en cine: el abuelo Nicolás de “Manolito Gafotas”, y aunque su hija “Cata” seguía siendo Adriana Ozores, su nieto “Manolito” era un chavalín llamado Christopher Torres.

Tiene películas de todos los tamaños y colores, pero siempre será el “Troski” de aquel potaje de emociones e ilusiones que se llamaba “Asignatura pendiente”, de Garci, donde de alguna manera muchos nos sentíamos reconocidos. Sobre todo en las renuncias y en las carencias, que aún hace nudo en recuerdo de la “Luna de miel” de Gloria Lasso con los rostros de nuestras “asignaturas pendientes” aplazadas para luchar por la libertad.

Pero Troski
cambió el discurso de los rojos de los 70 por el lenguaje de carabanchelero de los 90, y los wiskis de garrafón por el tinto de verano, y se hizo abuelo incondicional de “Manolito” y “El imbécil”, porque “Manolito gafotas” merecía un superabuelo como Gamero.

En este infernal verano de 2010 que tiene a España pendiente de la información meteorológica, hoy día 27 de julio nos dice el periódico que murió ayer por la tarde en Madrid. También, además de su filmografía y algún dato biográfico, ofrece algunos rasgos complementarios de su personalidad.

Parece que se hizo ateo cuando con catorce años era estudiante marista y sintió la necesidad de compartir su negación mística con el cura que “interrogaba” en el confesionario. El que con su particular interpretación cristiana lo mandó a tomar el fresco y quizá con eso se puso en la senda del Partido Comunista. Donde clandestinamente se le conocía como “Alejandro” de la célula “Sector mixto”.

Dos años de cárcel le costó el asunto y los tímpanos perforados por las palizas recibidas que le obligaron durante toda la vida a combatir la sordera con un audífono.

Tipo de ideas irrevocables y de postulados perpetuos, es normal que ordenara a sus amigos que no dijeran ni cuándo ni dónde iba a ser incinerado.

Lástima que no quede una lápida en algún sitio donde se pueda inscribir como epitafio una de sus frases predilectas: “COMO FUERA DE CASA, EN NINGÚN SITIO”.

Para poder recordarlo con nitidez, ahí van unos pocos de los trabajos que realizó y los papeles que le tocaron en suerte.

En “Furtivos” (José Luis Borau 1975) es el guarda forestal que abre la casa al Gobernador Civil Borau cuando va de caza junto a los jerarcas del régimen, y tras su traje de “mosqueperro” y su emblemático bigotón, les sirve “Cinzano” de una prehistórica botella que reposa en una estantería.

En “Colorín colorado” (José Luis García Sánchez 1976) es Antonio Rebolledo, marido de la emocionalmente maltrecha Maria Jesús (Fiorella Faltoyano), con la que vive en semicomuna en compañía de los concubinos Fernando (Juan Diego) y Manoli (Teresa Rabal). Rojo de salón que cambia de tercio cuando aconsejan las circunstancias, que con cuatro “muletillas” y el uniforme de “progre” justifican su vida y su historia.

En “El puente” (Juan Antonio Bardem 1976) es el comisario de policía que interroga a Juan (Alfredo Landa), al que ha detenido entre la compañía de teatro ambulante que ha ayudado a reparar la camioneta en la que se desplazaban y devolviéndole el carné y obligándolo a abandonar el pueblo tras ponerlo en libertad.

Dicha compañía es nada menos que el legendario T.E.I (Teatro Experimental Independiente). El grupo de teatro independiente nacido en 1968 de la escisión del T.E.M (Teatro Estudio de Madrid), que tuvo la osadía en aquellos años de clamor por la libertad de poner en escena obras que molestaban al “régimen”, que además de prohibirlas inmediatamente, daban un espectáculo gratuito con la presencia de los “grises”. La primera aún mora en la memoria de los que en aquellos tiempos éramos progres de pantalón de pana y bota “chiruca”: “Terror y Miseria en el Tercer Reich” de Bertold Brecht.

En “El perro” (Antonio Isasi 1976) es uno de los cuatreros que en medio de la selva escucha el serial radiofónico en un transistor, mientras sus compinches cambian el “hierro” a las vacas que van a llevarse. Momento en que aparece Arístides Hungría (Jason Miller) que se ha fugado del penal de Santa Justa y ha matado al guardia que le perseguía (Francisco Casares), por lo que a cambio del fusil que le ha quitado, consienten en liberarlo de las esposas y darle de comer. Pero en plena faena aparece un helicóptero que busca al fugitivo y los hace esconderse en la maleza, desde donde darán muerte a los militares y quemarán el “pájaro” para que parezca un accidente.

En “Asignatura pendiente” (José Luis García 1977) es “Trosky”, amigo y colaborador de José (Pepe Sacristán) en el despacho laboralista que lleva las causas de los sindicalistas de Comisiones Obreras.

Borracho sentimental que necesita del alcohol para confesarle a su camarada que se ha enamora de Pili (Maria Casanova), su compañera laboral con la que se va a casar por la iglesia.

En “Un hombre llamado Flor de otoño” (Pedro Olea 1977) es el Sr. Pajares, el policía con poco tacto que quiere “enchiquerar” a todos los “maricones” de la sala “Bataclán” del Paralelo barcelonés, cuando creyéndose Sherlock Holmes los interroga sobre la muerte de “La coquinera” (Antonio Corencia), otra “maricona” del mismo antro que han degollado la noche anterior.

Uno de ellos pintado de negro se queja del poco interés que pone el policía en la investigación porque no es más que el asesinato de una “maricona”. Un actor poco conocido cuya filmografía la componían dos apariciones en “Vente a ligar al oeste” (Pedro Lazaga 1972) y “El ataque de los muertos sin ojos” (Amando Ossorio 1973), este genérico no era otro que Pedro Almodóvar. ¿Quién le iba a decir que 30 años después dos películas suyas ganarían el “Oscar”?.

En “El sacerdote” (Eloy de la Iglesia 1977) es el padrino de boda y padre de la novia, evidentemente embaraza, que intenta casar el Padre Miguel (Simón Andreu) en su parroquia. Obsesivo cura con los asuntos del sexo que ante la prominente barriga imagina a los novios desnudos haciendo el amor, por lo que le da un “jamacuco” que le hace huir dejando la boda a medias. Cosa que no está dispuesto a tolerar el padre y padrino que busca otro cura que remate la faena ante la delicada situación de su hija.

En “El camino” (Josefina Molina 1977), irreconocible sin bigote, es D. José, el cura del pueblo sometido a la voluntad inquisidora de Lola “La Guindilla” (Amparo Baró), que pone a prueba sus conocimientos teológicos y su paciencia cristiana cuestionando las historias que se cuentan en el Antiguo Testamento. Menos mal que hay otras tareas más gratificantes, como llamar “pecadores” a los feligreses que los domingos se reúnen en el templo, y que apuestan entre ellos a “pares y nones”, cuantas veces repetirá la palabrita.

La
película ofrece una de las pocas oportunidades para ver a Yvonne Sentís en el papel de “La Mica”, la nieta de la tía Micaela que se fue a México buscando fortuna, y ahora vuelve para deslumbrar al pueblo con su belleza, su elegancia y un cochazo “Mercedes” parado en la puerta de su casa indiana. Tan guapa es, que dice el “Mochuelo” (Francisco Aguilera) que tiene cutis en vez de “pellejo”.

En “La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona” (Ramón Fernández 1978) es Pepe González, gerente del Teatro Principal de Archidona y propietario de un “dos caballos” en el que pasea y se tira a su novia Isabel (Isabel Luque), que para eso toma anticonceptivos. La que lo deja seco como una pasa cuando se entera que junto a sus amigotes piensa marchar a Torremolinos a tirarse a las vedettes de la compañía de Emilio “El moro” que actúan en el pueblo. Un polvo entre los matorrales y otro mientras cuenta el dinero la dará un color cetrino que desaconseja la insistencia.

En “El poderoso influjo de la luna” (Antonio del Real 1980) es Jacinto, antiguo guardia civil un poco sordo, que le han dado dos pensiones y una portería por los servicios prestados, donde soporte los desvaríos de sus vecinos que según el psiquiatra (Adolfo Marsillach) del 5º piso, se debe al influjo de la luna en días de plenilunio.

En “El caso Almería” (Pedro Costa Musté 1983) es el inocente “picoleto” que con su acostumbrado mostacho monta guardia en la puerta del cuartel donde se acerca Juan Luque (Raúl Fraire) a preguntar por su hijo, al que su bondad habitual que contrasta con la criminal actitud de sus compañeros, dice sentir no poder ayudar.

En “Truhanes” (Miguel Hermoso 1983) es el fulano que duerme en una hamaca a la entrada del chalet que pretende alquilar Gonzalo Millares (Arturo Fernández).

Amante del cine porno que aduce alquilarlo por pasar la vida dentro de las salas donde ve las películas docenas de veces, y aunque le da pena porque en él nació y su madre vivió toda la vida, se lo deja en 80.000 pesetas al mes, recibiendo la inmediata contraoferta de 30.000 que le hace cerrar el trato con un apretón de manos. Increíble que en el año 83 se pudiera alquilar en Madrid un chalet de esas características por los que ahora serían 180 euros.

En “La Vaquilla” (Luis García-Berlanga 1985) es Agapito, el sargento del bando nacional encargado del “intercambio” de tabaco por papel de fumar con el brigada republicano Castro (Alfredo Landa), que le “calza una hostia” al soldado que le acompaña, porque quiere permutar de bando con uno de los republicanos, ya que a los dos les pillaría más cerca su casa.

En “Luces de bohemia” (Miguel Ángel Díez 1985) es D. Filiberto, ayudante de redacción del diario “Popular”, que no se atreve a publicar el manifiesto de los “modernistas” ante la detención del poeta Max Estrella (Paco Rabal), por no encontrarse presente el director del periódico. Haciendo por devoción al escritor una llamada a la Secretaría de Gobernación para interesarse por él, pero ante las continuas irreverencias de D. Dorio (Ángel de Andrés López) y sus “satélites”, terminará discutiendo con ellos por la arrogancia y la falta de educación que demuestran.

En “La corte del Faraón” (José Luis García Sánchez 1985), basada en la opereta de homónima de Guillermo Perrín y Antonio Palacios, es Ramírez, el ayudante del comisario Vicente (José Luis López Vázquez), encargado como censor civil para presenciar y disfrutar la obra, hasta que llega la autoridad religiosa (Agustín González) y lo jode todo haciendo que detengan a toda la compañía. Siendo él mismo el encargado de redactar a máquina el informe sobre el confuso acontecimiento.

Profundizando en el hecho del flechazo recibido en los “güevos” por Putifar (Josema Yuste), es posible que se pudieran aclarar los motivos para censurarla en los primeros años de la posguerra, que según delata Bernardo Sánchez en la “Antología Crítica del Cine Español”, pudo levantar las suspicacias censoras por el paralelismo entre la herida del egipcio en la campaña de Siria y la del “Generalísimo” durante la guerra.

En “El viaje a ninguna parte” (Fernando Fernán-Gómez 1986) es Miguel Ruiz, primer actor de la compañía Calleja y Ruiz, empresa rival y casi compañera de la Iniesta-Galván (Fernando Fernán-Gómez), ya que juntos recorren los caminos y se disputan los mismos espacios castellanos. Por eso se tienen que jugar al tute la taquilla de la representación en Medineja cuando ambas coinciden en el mismo pueblo y cuya recaudación va a parar integra al “cepillo” de la iglesia por imperativo religioso. No pasará mucho tiempo hasta que ambas compañías sean una sola cuando el hambre cause unos poquitos estragos más en sus filas.

En “El bosque animado” (José Luis Cuerda 1987) es el cabo de la Guardia Civil que controla a distancia al bandido Fendetestas (Alfredo Landa), cortando su suministro de tabaco mientras juega la partida en el bar, y advirtiéndole con la mano desde el cortejo fúnebre de Pilara (Laura Cisneros), cuando lo ve contemplándolo desde un árbol.

En “Jarrapellejos” (Antonio Giménez Rico 1987) es el “Director General” de no se sabe muy bien qué, que aparece en la finca del cacique Pedro Luis Jarrapellejos (Antonio Ferrandis) vestido de frac y con un dorado “Langosto” traído de algún lugar inconcreto para combatir la plaga de langosta que asolaba Extremadura en 1912. Práctica que lo deja mareado y vomitando, no se sabe muy bien si por las emanaciones de lo que aquello expele, o por la cantidad de alcohol ingerido en el ágape, ya que como todo el mundo sabe los “barrigas agradecidas” designados a dedo, son insaciables.

En “Amanece que no es poco” (José Luis Cuerda 1988) es el dueño de la caseta de tiro en la feria, que vestido de marinero cuenta a todo el que lo quiere escuchar, que si no es por el “negocio” él hubiera sido un hombre de acción. En “El aire de un crimen” (Antonio Isasi-Isamendi 1988) es el vecino de Bocentellas que ilumina con un foco el cadáver del desconocido que ha aparecido asesinado bajo la fuente, y que tratan de meter dentro de una tinaja de orujo de las Bodegas Carrión para evitar su descomposición ante la tardanza del juez de Macerta (Agustín González).

En “Soldadito español” (Antonio Giménez Rico 1988) es el Sr. Calleja, músico de saxofón que cada domingo toca en la banda militar junto a su Paco (Juan Luis Galiardo) en el templete del Parque del Retiro, donde tiene admiradores que lo invitan a “cubatas” que servicialmente le lleva uno de los camareros del quiosco. Además de en desfiles y otros eventos militares, también hace los coros en fiestas sociales donde su hijo canta “Volare”.

Contrapunto de tolerancia con las actitudes del sargento “chusquero”, que cuando su nieto Luis Calleja (Francisco Bas) va a solicitarle un permiso para ver a su mujer tras tres meses de separación, le contesta con patriótica frase: “¿Tú sabes cuanto tiempo hace que no me veo yo los cojones? Pues 19 años y no me quejo”

Este “chusquero” al que nos referimos es “Tito” García (Pablo García González), el salmantino nacido el 17 de agosto de 1931 que fue torero con alternativa y todo en sus años mozos, y que llegó al cine por casualidad para interpretar un centenar de películas (casi todas del “spaguetti”) antes de fallecer en Madrid en la primavera de 2003.

En “El río que nos lleva” (Antonio del Real 1989), basada en la obra homónima de José Luis Sanpedro, de la que ya Berlanga hizo una intentona abortada por la censura, es “Cacholo”, el más ilustrado de la partida de gancheros de “El americano” (Alfredo Landa), que sirve de cicerone por la serranía de Cuenca al “Irlandés” (Tony Peck) contándole la historia del “Moro Montesinos” que se convierte al cristianismo cuando una pastorcita le muestra a la virgen. Aprovecho la ocasión para resaltar la figura de José Luis Sampedro, escritor sensible y veterano valiente que ha llenado mi vida de páginas emocionantes con sus escritos y con sus palabras, que siempre que pude me alargué a escuchar ese caudal de optimismo y de dignidad. Del que me he sentido orgulloso cuando ha manifestado su postura sin ambigüedad contra la invasión de Irak por los norteamericanos y presuntuosos aliados, aunque el marco no fuera conveniente. ¡Tú si que eres un maestro de sonrisa Etrusca!

En “Todos a la cárcel” (Luis García-Berlanga 1993) es el Sr. Cerrillo, abogado de “El viudo negro” al que van a entrevistar en la cárcel. Aprovechando la oportunidad para repartir su tarjeta entre los altos cargos de “la cultura del pelotazo” por si necesitan de sus servicios.

En “Madregilda” (Francisco Regueiro 1993) es “Huevines”, el cura putero que al anochecer con su capa de vampiro sale a comprar al “cagarrutero” tabaco de colillas y condones lavados, que al vendérselos pinchados ha logrado hacer a su sobrina doce hijos y lo que viene en camino.

Es el cuarto de los jugadores de mus de la partida formada por Franco, llamado “El niño” (Juan Echanove), Miguelito (Juan Luis Galiardo), un general tuerto que emula a Millán Astray y se queja de haber perdido las últimas 90 partidas por orden de “Su Excelencia”, y el Coronel Longinos (José Sacristán), un meapilas que habla con su esposa, violada y muerta, que tiene en un altar disfrazada de Virgen María.

En “Pídele cuentas al Rey”, primer largometraje de Juan Antonio Quirós en 1999, es el alcalde del pueblo asturiano de la cuenca minera del “Caudal”, que vive su ocaso por el cierre de los pozos mineros que siembran la miseria y dejan a los hombres sin trabajo y sin esperanzas.

En “Manolito gafotas” (Miguel Albadalejo 1999) es Nicolás, el permisivo abuelo que en un piso de Carabanchel ayuda a su hija Cata (Adriana Ozores) en el cuidado de “Manolito Gafotas” (David Sánchez Rey) y “El imbécil” (David Martínez), mientras que su yerno (Roberto Álvarez), anda haciendo kilómetros con el camión para pagar las letras mensuales. Un abuelo intemporal y comprensivo donde los nietos encuentran refugio.

En “El florido pensil” (Juan José Porto 2002), sin figurar en los créditos sepa Dios por qué motivo, da vida al conductor del cascajo de autocar que lleva a los niños de la “O.J.E.” al “Valle de los caídos”. Tomando pronto partido por el otro colegio invitado que canta “Para ser conductor de primera” en vez del “Isabel y Fernando” distintivo de los “fachas”. De los que él abomina como el “rojo” que se aprecia bajo el autocar averiado a corta distancia del destino, desde donde gruñe contra las explicaciones del mando falangista (Fernando Guillén Cuervo), diciéndole a los niños que la “Cruz” que ven a lo lejos es obra de la “Nueva España”, a sabiendas de los presos republicanos que dejaron su vida en esas galerías.

En su último trabajo por el momento: “Trileros” (Antonio del Real 2004) es Melquíades, el suegro “sonáo” de Augusto (Juan Echanove), que su mujer le dejó en herencia cuando se fugó con un uruguayo y la pasta de los ahorros. Abuelo que cortés y educadamente mantiene largas conversaciones con todo lo que encuentra al paso, de ahí la recomendación de su yerno: “Ande, váyase para el hotel y no se pare a hablar con nada”.

En “La hija del capitán” (José Luis García Sánchez 2008) es “El Quítolis”, uno de los que juega la partida con el “General” (Juan Luis Galiardo) en casa del Capitán Chuletas (Juan Diego). Enterándose en los billares del Círculo de Bellas Artes que a la salida de la misma se han cargado al “Pollo de Cartagena” (Antonio Morón) que jugaba con ellos, y en las ventanillas del Círculo han tratado de cobrar la ficha del casino de 5.000 pesetas que llevaba encima.

En “Nacidas para sufrir” (Miguel Albadalejo 2010) es D. Dimas, el cura paralítico que traen desde Zaragoza para que haga entrar en razón a Flora (Petra Martínez) y no se case con su criada Purita (Adriana Ozores). Enfadándose muchísimo porque no solo lo echa de su casa sino que además le discute lo que es o no es pecado.

Hoy viernes de carnaval de gélidas temperaturas la estrenan los cines de toda España, llevándome la sorpresa de ver a un Antonio Gamero muy deteriorado, y posiblemente su papel en silla de ruedas se deba más a una realidad que a una interpretación. También me llena de sorpresa la magnifica actuación de Petra Martínez haciendo el papel principal, cuando cada tarde desde el folletín de los “amores en tiempos revueltos” da tan poca credibilidad haciendo el de Doña Adela.

LQSomos. Bartolome Salas. Agosto de 2010

jueves, 15 de julio de 2010

Aldo Sambrell, el “pistolero” vallecano



La prensa del día 13 de julio de 2010, con algún día de retraso, recoge la muerte en Alicante del actor Aldo Sambrell, aquel tipo de aspecto canalla que dejó su imagen recia en más de 200 “spaguettis westerm”.

Una serie de micro infartos aconsejaron su internamiento en el Hospital General de Levante en el mes de junio, y el pasado sábado día 10 falleció a consecuencia de ellos.

Había nacido el 23 de febrero de 1931 en el madrileño barrio de Vallecas de la pareja formada por Basilia Brell y Francisco Sánchez, un militar que durante la guerra fue la mano derecha del comunista Enrique Lister, por lo que se hace comprensible que tras la victoria franquista tuviera que exiliarse en México.
Allí marchó él cuando contaba doce años, pero antes tuvo tiempo de impregnarse de la magia del cine en las salas vallecanas. El Goya de la calle Monte Olivetti y el “moderno” Numancia del Puerto de Alcolea acogían muchas tardes a un niño que tenía la habilidad de esconderse mientras se cantaba el “Cara al sol” para poder quedarse a la siguiente sesión.

Con el nombre de “Alfredo de Ronda” cantaba rancheras para ganarse la vida, y con el de “Madrileño Sánchez” se hizo jugador de fútbol de la primera división mexicana con el “Monterrey” y el “Puebla”. En medio alguien le aconsejó que estudiara arte dramático en Estocolmo, donde con la cirugía intentó combatir la alopecia y le desfiguraron la cara. Lo que permitió que sus primeros trabajos delataran ese aspecto de desalmado que lo llevó a tantos papeles de granuja.

En 1959, tras la muerte de su padre regresó a España como futbolista. Parece que Samitier le aconsejó que fichara por el Real Madrid, pero estos ya tenían cubierta la plaza de extranjero y lo tuvo que hacer primero por Alcoyano y después por el Rayo Vallecano, el equipo de su barrio que entonces militaba en la segunda división entrenado por Aparicio. Aunque él siempre se declaraba seguidor del Atlético de Madrid.

En el fútbol duró poco tiempo. De su nombre original despejó alguna sílaba para que se quedara en el sugerente Aldo Sambrell, y se incorporó al cine prácticamente a las órdenes de los hermanos Romero Marchent. Aunque poco después a Sergio Leone le pareció que a aquellas formas le correspondían cuotas más importantes y lo colocó junto a Clint Eastwood en las más recordadas películas del oeste: “La muerte tenía un precio”, “Por un puñado de dólares” y “El bueno, el feo y el malo”.
A mediados de los setenta la crisis cinematográfica lo llevó a hacerse productor, pero poco a poco, como otros grandes actores españoles del género, le llegó el olvido.

Casi toda su filmografía la componen pistoleros, piratas, policías y mafiosos, pero cabe resaltar que debutó a la vez que lo hacía otro actor español que tuvo algo más de suerte artística que él: Alfredo Landa.
Corría el año 1962 y ambos fueron llamados para trabajar en una de las más recordadas películas del cine español: “Atraco a las tres”
Los papeles de Landa, López Vázquez, Gracita Morales, Agustín González, Cassen y Pepe Orjas son de sobra conocidos. Aldo era una de aquellos cuatro “boys” contorsionistas que bailaba junto a Katia Loritz en el “York Club”.

Aunque retirado, solo Alfredo Landa queda vivo de todos ellos. Quizá aprovechando la oportunidad sea un buen momento para rendirles un pequeño homenaje.


LQSomos. Bartolome Salas. Julio de 2010.

martes, 15 de junio de 2010

Sobre “Las bicicletas son para el verano” (Jaime Chávarri 1983)



Un día de verano de 1936 en este país empezó una guerra terrible, mientras las terrazas de los bulevares se llenaban de sofocados viandantes que consumían horchatas de valencia a la sombra de las acacias que perfumaban las noches madrileñas. La tranquilidad a medias en que se vivía fue asaltada por un cañonazo que había sonado en África, y que fue avanzando como una plaga hasta llenar el país de sombras y de muertos. Se cercenaron las ilusiones, se aplazaron los proyectos y ya nada volvió a ser igual. El olor de los rosales fue sustituido por el de la pólvora y el canto de los pájaros por el ruido de los bombarderos. Ya solo se sintió el calor, el frío y el hambre, se desataron los más bajos instintos traspasando todas las fronteras de lo concebible, y las calles se llenaron de envidia, de miedo y de muertos. La honradez se vendía por un plato de lentejas y la libertad quedó para mucho tiempo proscrita.
Luisito es un adolescente de pantalón bombacho que estudia en el instituto y que ese año precisamente le ha quedado la física, justo ese verano que anda enamorado de Charito y que precisa una bicicleta para ir con ella y con sus amigos a la Casa de Campo. Para ello tiene que convencer a su padre que cree que lo justo es castigarlo, aunque no encuentra cómo ante la juvenil cantinela de promesas y juramentos.

Pero cuando la punta de sus dedos tocan el sueño, unos señores con botas y sables que no entienden de poesía deciden llegado en momento de salvar a la patria convirtiéndose en jueces de lo que se debe o no se debe hacer, y deciden que los jóvenes madrileños del verano del 36 no pueden ir a la Casa de Campo, que debe cundir el pánico entre las mujeres y los niños, y que los hombres tendrán que matarse en defensa de sagrados objetivos militares cuya importancia no va mas allá de dar cobijo a un conejo.

El miedo que atenaza va invadiendo pueblos y ciudades destruyendo lo físico y lo etéreo, y en la casa de Luisito, como en la mayoría de las casas españolas, aparece el hambre.

La cartelera del Cine Vistillas, a espaldas de San Francisco El Grande, anuncia “Tres lanceros bengalíes”. Mientras la observan intercambiando opiniones sobre las películas de amor o de guerra, Pablo (Emilio Serrano) y Luis (Gabino Diego) se preguntan como sería una guerra allí mismo, en la explanada que se extiende frente al cine, recreando un hipotético combate un amigo contra otro al sonido de las balas y el fuego de los cañones, llegando a la conclusión de que en Madrid no puede haber una guerra porque la frontera está muy lejos, que las guerras son en Abisinia.

En la casa de vecinos de la Plaza de la Paja donde vive la familia de Luisito, los inquilinos como es costumbre estival aprovechan cualquier excusa para compartir en las azoteas baile y limonadas al compás de “Mi jaca”. La gente se lleva bien y se respetan a pesar de las diferencias. Don Luis (Agustín González) es republicano y trabaja en las “Bodegas Lázaro”, por eso pone el anís en las fiestas, su hija Manolita (Victoria Abril) quiere ser artista, y su hijo Luisito mete mano a la criada (Patricia Adriani). Dolores (Amparo Soler), la madre, es una mujer conservadora y temerosa que carece de la sensibilidad que tiene su marido. Doña Maria Luisa (Marisa Paredes) es la casera y su marido fabrica santos. Mujer de derechas convencida que mantiene la distancia en el respeto. Doña Antonia (Alicia Hermida), un poco fascista, un poco envidiosa y un poco tonta, que vive con sus dos hijos, uno de ellos, Julito (Carlos Tristancho) un poco “retrasado”. Y Doña Marcela y Don Simón (Aurora Redondo y Guillermo Marín), el matrimonio mayor de talante liberal, llenos de vitalidad y entusiasmo.

Las noticias de los periódicos en el Madrid del 36 son cada vez más alarmantes, poco a poco llega la guerra y se instala en la capital durante tres largos años, como poco a poco van cambiando las costumbres y las relaciones, muchas veces por miedo y otras por conveniencia.

Manolita se quedó embarazada de un miliciano que lo mató la guerra en el frente de Guadarrama y se casó con Julito, que lo mató una bomba en el bazar donde trabajaba. Luisito que ya no es adolescente, tampoco es un estudiante, la maltrecha situación económica le obliga a trabajar de recadero.

A D. Luis lo han echado de las bodegas y posiblemente lo metan en la cárcel por hacer cooperativa. Doña Marcela y Don Simón vuelven a estar casados después de un breve divorcio republicano, y Doña Maria Luisa se frota las manos en el bando vencedor por la gran cantidad de imágenes religiosas que tendrán que reponer tras la contienda. Ha llegado la victoria y la tristeza para muchos.

Lola Salvador Maldonado escribió un guión sobre la obra de teatro homónima que Fernando Fernán-Gómez había creado sobre un fragmento de “Los ahuecados”, por una intensa nostalgia de la adolescencia, que la temporada anterior había triunfado en la cartelera madrileña logrando sacar las lágrimas del recuerdo al publico y a Alfredo Matas, el productor que emocionado pide a Jaime Chavarri que la lleve al cine.

Chavarri confía la reconstrucción del Madrid del 36 a Gil Parrondo, el decorador español de mayor prestigio internacional que ya ha conseguido dos oscar personales y además ha decorado “Volver a Empezar” de Garci premiada con el mismo galardón.

La figuración corrió a cargo de Benito Rabal, ayudante de dirección que eligió a expresidiarios para los trabajos de extras, teniendo que hacer un extraordinario esfuerzo para enseñarles las canciones de la Brigadas Internacionales. Localiza en la Plaza de la Paja la acción central, en ella existe un edificio semiderruido que acomoda para el evento. Escaleras con rellanos, paredes desconchadas tras las ventanas, un patio ruinoso, incluso un sótano que sirve como refugio contra los bombardeos.

La Costanilla de San Pedro y la calle Segovia se llenaron de tranvías y tiovivos y la Ciudad Universitaria sirvió de frente de guerra. Tres meses tardo Gil Parrondo en su tarea de puesta a punto, tras los cuales, el día anterior al rodaje, junto al equipo técnico y artístico se invitó a las autoridades socialistas, en el poder estatal y municipal por aquellas fechas, a compartir lentejas en la adaptada Plaza de la Paja como referencia a las que la familia de Luis come y recuenta en la película.

Tierno Galván
(alcalde de Madrid) y Ernest Lluch (ministro de Sanidad) fueron los que tuvieron el honor de compartir copa y legumbre. Desde aquí un recuerdo para los dos desaparecidos políticos cuyos entierros significaron multitudinarias concentraciones por diferentes motivos. El 22 de noviembre del 2000 ETA asesinó a Ernest Lluch en el garaje de su domicilio en Barcelona. Tierno falleció en Madrid en 1986 y fue enterrado entre una de las manifestaciones populares más importantes que se recuerda.

“Las bicicletas son para el verano” es la primera película acogida al acuerdo firmado entre In-Cine y la Twenty Centuy Fox, representada por el hijo de Georges Simenón, con el compromiso por parte de la segunda de exhibirla por todo el mundo.

De la obra de teatro solo repite personaje Agustín González, el papel de Amparo Soler lo hacía Berta Riaza y el de Victoria Abril, Enriqueta Carballeira. Chavarri no quería que la película se convirtiera en una filmación de la obra de teatro.

Agustín González.
“Las bicicletas son para el verano” (Jaime Chavarri 1983) es quizá su mejor trabajo, desde luego el mas galardonado dentro y fuera de nuestro país.

Es Luis, trabajador en Bodegas Lázaro y padre de Luisito (Gabino Diego), al que escucha relatar que necesita una bicicleta para salir el domingo a la Casa de Campo con los amigos. Pero justo ese día comienza la Guerra Civil destruyendo las ilusiones y los proyectos de todos los “Luisitos” de España. Terrible episodio que se prolongara durante mucho tiempo robando vidas y matando sueños. A él le comentará con tristeza que es posible que lo detengan y que tendrá que cuidar de la familia, porque no ha llegado la paz sino la victoria.

Hay una escena, digna de estar entre las mejores del cine español de todos los tiempos, la del almuerzo de la avergonzada familia por el hambre que intenta clarificar la falta de lentejas en el puchero, contando con pena una por una las cucharadas que faltan de la olla. La del adolescente Luisito, porque tiene mucha hambre, la de Manolita (Victoria Abril) que está “seca” y no puede amamantar a su hijo, la de Dolores (Amparo Soler) que toma una cucharada para probar mientras guisa, la de su consuegra Antonia (Alicia Hermida) cuando pasa por la cocina, al igual que la de su hijo Julito (Carlos Tristancho) entrañable “tonto” que quiere a Manolita y mata un obús cuando va a trabajar. Y finalmente el mismo Luis avergonzado por la situación, contando que las siete cucharadas son exactamente lo que les corresponde de racionamiento. Terrible miseria que pone en jaque a la dignidad y a la vergüenza


LQSomos. Bartolome Salas. Junio de 2010