Guillén solía decir que el texto de Aragon poseía muchos puntos de contacto con sus propias contradicciones, con sus dudas sobre el sentido final de la vida. "He intentado mantener siempre la coherencia y el compromiso. Aunque, por necesidad, no haya hecho siempre el teatro que quería", aseguró en uno de los homenajes que recibió entonces por una carrera granada en el cine (encabezó el cartel de más de 30 filmes) y la televisión (en la que participó desde el hoy mítico Estudio 1 o en series más populares años después, como La saga de los Rius). Todo ello sin romper nunca su verdadero cordón umbilical, el escenario.
"Aragon es un autor afín a mí que soy rojo y quiero decir rojo y no simplemente de izquierdas", declaró Guillén durante aquellos meses de despedida en los que identificó su insobornable pesimismo como la única forma inteligente de optimismo. En una entrevista con este periódico añadía: "Se está produciendo una vuelta al teatro de compromiso ideológico; no hay más que mirar la cartelera para comprender cómo el teatro está actuando de auténtico revulsivo frente a esa derecha que estamos viviendo hoy... me hace muy feliz presentar este texto tan implicado en tantas cuestiones vitales para el ser humano como son la muerte, el suicidio, la desilusión, el fracaso, cosas que me han conmovido... Seguramente si no aparece este texto en mi vida no me retiraba, aunque he de reconocer que la verdadera razón de mi marcha también es orgánica".
No mentía el actor, una dura enfermedad llamaba a su puerta y el sentido común y el pudor le hacían intuir que era mejor la retirada. "Esta obra", dijo en otra ocasión, "me remite a la etapa en que algunos actores de mi generación hacíamos un teatro comprometido. Luego vinieron unos jóvenes actores con más compromiso, incluso les llevó a la cárcel: Juan Diego, Mario Gas, Lola Gaos, Vicente Cuesta, Juan Margallo y otros. Nosotros no llegábamos a tanto. Sólo hacíamos un teatro comprometido frente a la censura".
Como era propio de un señor, Guillén siempre se quitó importancia, pero su labor trascendió a la del mero intérprete de clásicos como Shakespeare, Zorrilla, Lope de Vega, Calderón o Pirandello. Comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Madrid al tiempo que se subía al tren del Teatro Español Universitario (TEU), una decisión que cambió el curso de su vida. El TEU, en el que se curtieron algunos de los actores más grandes de nuestra cultura, le llevó a poner en escena en los años cincuenta Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura o Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre. Guillén fue un pionero en la modernización del teatro español y por lo tanto de las miras de su sociedad. Contribuyó activamente en la apertura cultural de la dictadura cuando, a finales de los años sesenta, junto a su mujer, la actriz Gemma Cuervo, se preocupó en estrenar a autores como Albert Camus, Jean Paul Sartre, Edward Albee o Harold Pinter. De su larga colaboración con Adolfo Marsillach surgieron los montajes de, entre otras, El enemigo, de Julien Green; Pigmalión, de Bernard Shaw; Después de la caída, de Arthur Miller, y El malentendido, de Camus, la obra que para él marcó una de las cimas de su carrera y que fue un verdadera acontecimiento en 1969. El primer Camus por fin rompía las barreras de la censura y se subía a un teatro.
Entre los mayores éxitos del actor estuvo Equus, que representó durante tres temporadas, y su rostro se popularizó gracias a su presencia en conocidas series de televisión y en algunas de las películas más conocidas del cine español reciente. Fue chico Almodóvar en Tacones Lejanos, Todo sobre mi madre, La ley del deseo y, sobre todo, Mujeres al borde de un ataque de nervios (por él suspiraba la protagonista del filme, Carmen Maura), trabajó con José Luis Garci en El abuelo y La herida luminosa o con González Suárez en uno de sus títulos más conocidos, Don Juan en los infiernos (por el que ganó un Goya en 1991), y así en decenas de películas que engrandeció con su presencia recta y sobria y su maravillosa voz. "No tuve dudas en Don Juan, Fernando tenía dicción, voz y actitud. Era un actor soberbio de ese teatro que a mí tanto me gusta para el cine", recuerda Suárez. "Le echaré de menos como amigo y como persona extraordinaria y, dados mis endiablados diálogos, como actor capaz de decirlos"
Guillén solía decir que para ser feliz solo necesitaba un libro, su perro y el sol. La larga enfermedad que ha acabado con su vida le fue privando sucesivamente de todo menos de lo que finalmente más le ataba al mundo, su familia. Sus tres hijos, los actores Fernando y Cayetana, y la mayor, la abogada Natalia, le han acompañado hasta el final junto a su mujer, Gemma Cuervo, quien hace tres años volvió a su lado para acompañarle en el solitario camino hasta la muerte.
* Publicado en ele diario "El País"
No hay comentarios:
Publicar un comentario