María Asquerino. Dulce Nombre de María Serrano Muro.
Si existía una mujer seductora esa era María Asquerino. Si ustedes la ven la entrevista que Fernando Méndez-Leite le hizo para “La noche del cine español” durante una hora y media de cámara fija metida en su rostro, entenderán de que le hablo. En ella mostraba unos ojos brillantes que junto a su boca, reflejaban de forma espontánea unos “tic” que delataban que pensaba más rápido de lo que hablaba. Se expresaba con agilidad, fumaba de forma sugerente, y se reía con facilidad por cualquier motivo.
Nacida
en Madrid el 25 de noviembre de 1925, en la calle Colmenares junto a la
Plaza del Rey, en el seno de una familia con larga trayectoria teatral;
sus abuelos maternos son los actores César Muro y Pilar Loza, y sus
padres Eloisa Muro y Mariano Asquerino, incluso su tía “Tildita”,
Matilde Asquerino, fue “dama joven” que abandonó la profesión al
contraer matrimonio. A su abuelo Cándido Urdiaín, Gobernador Militar de
la Isla de Mindanao no lo conoció, ya que murió de fiebres de regreso a
España, pero guardaba una fotografía de su abuela Sofía con ella en
brazos.
No
había cumplido los cuatro años cuando sus padres se separaron, no pudo
aguantar más al simpático, educado y mujeriego Mariano Asquerino, la que
fue esposa en primeras nupcias del poeta y dramaturgo Bernardo
Jambrina, con el que se había casado a los 17 años y enviudó joven, por
lo que tras la separación en plena efervescencia republicana, su madre
se niega a que la vea la familia paterna, y como no estaban casados, ni
quiso que la niña llevara el apellido paterno, por eso su nombre civil
es Dulce Nombre de María Serrano Muro, siendo el “Serrano” por un amigo
de su abuelo materno que vivía en casa y se llamaba Esteban Serrano, lo
que ocasionaba no pocas “charletas” en los patios de los colegios donde
iba, máximo con sus antecedentes en tiempos de tan pacata mentalidad
religiosa, ya que cuando su madre trató de meterla en el colegio de
monjas de la calle Hortaleza, éstas se plantaron “cristianamente” y no
permitieron su acceso aduciendo que eran muy decentes y no querían hijos
de actores. Por tal motivo fue a parar al colegio “Paidos” de la calle
Zurbano en primera instancia, recalando después en el de Cristo Rey de
la calle Jordán donde la sorprendió la guerra.
Tenía
María diez años entonces y su padre se había marchado a América (donde
estaría hasta que ésta terminara), por lo que la niña la pasa en un
peligroso y restrictivo Madrid con su madre y con su abuelo, ya que su
abuela Pilar había muerto joven, con más de veinte años. También su
hermano, el comunista Carlos Muro, moriría al acabar la guerra en una
familia donde la tragedia se instalaba de vez en cuando, su abuelo César
moriría tiempo después al caer de un tren mientras hacía una gira
teatral, y el primer marido de su madre, el poeta, se había matado en
accidente en uno de los pocos coches que existían a principios de siglo.
Cree
su madre conveniente el traslado al piso que tenían en la Puerta de
Toledo, pero la proximidad del frente y los continuos bombardeos las
obligaban a volver a las estrecheces del de la calle Larra “ahuecados”,
que es como en Madrid se conocía a las personas desplazadas por los
bombardeos, pasando las noches limpiando las pocas lentejas que se
podían conseguir; “píldoras del Dr. Negrín” como se las conocía
popularmente, dieta de lentejas y gachas que le produjeron una anemia
que la apartó de sus incipientes clases de baile, y que cuando acompañó a
su madre a entretener como artista a los soldados al frente, pidió al
coronel de la compañía, el actor Pedro Oltra, treinta huevos fritos
cuando invitados a comer le preguntó que cuántos quería. Debió querer
saldar el exceso de “nutritivas” cucharadas de aceite de hígado de
bacalao acumuladas durante tanto tiempo.
En
las noches de radio se hicieron admiradoras de “La Pasionaria”, a la
luz mortecina de la bujía delatora que continuamente se tenían que
apagar por precaución, esperando momentos mejores que no llegarían,
Madrid cayó en manos de los fascistas y con ellos llegó aun más miseria,
a su abuelo le negaban el trabajo por rojo, y los escenarios se
llenaron de actores y directores que pistola en mano amenazaban con
pegar un tiro al que se equivocara.
Famélica
y larguirucha se pasó la posguerra haciendo recados en los tranvías y
acudiendo al Auxilio Social que había frente al Teatro de la Comedia a
cantar el “Cara al sol”, y a soportar las charlas de adoctrinamiento por
una taza de chocolate, después con la tripa distraída, a buscar
“tesoros” en las trincheras de la Ciudad Universitaria; muertos y
calaveras recuerdos de tres años de asedio.
Sus
inicios artísticos son en la compañía que forma su padre con Irene
López Heredia, su nueva compañera sentimental, con pequeños papelitos en
una gira por el norte de España a principios de los cuarenta, de la que
vuelve pronto a Madrid, para fuera ya del circuito escolar estudiar en
casa con la señorita Monserrat, su profesora particular que diariamente
acudía a su domicilio de la calle Fuencarral en el “Pequeño Brodway”,
compaginándolo con lo que cada vez con más claridad se veía como su
profesión, por lo que con catorce años empezó seriamente en el teatro,
con un papelito de botones en la obra de Jardiel Poncela “Eloisa está debajo de un almendro”. Papeles de chico que varias veces hizo por su elevada estatura y escasez de pecho.
Con
la venta de la casa de la Puerta de Toledo compró su madre un chalecito
en la Fuente del Berro, donde se trasladaron siendo ya una adolescente
que acudía a los primeros guateques. Almendras, pipas, y su primer beso
camino de la calle de O’Donell de un catalán que le doblaba la edad, que
para ser la primera experiencia no le proporcionó más que miedo y un
asco terrible que la hizo escapar corriendo.
Su
madre siempre que podía la llevaba a la figuración de sus espectáculos,
donde la ponían detrás de todos para que no se la viera mucho, por lo
flaca y por lo tardía, ya que hasta los dieciséis años no tuvo ni pecho
ni la regla, y uno de esos días que acudía con ella se encontraron en el
tranvía a Jerónimo Mihura, al que su madre ni corta ni perezosa le dijo
que por qué no le daba un papel en su próxima película a su niña, esa
criatura tan mona que estaba a su lado, a lo que increíblemente D.
Jerónimo respondió afirmativamente, y se vio en el Monasterio de
Guadalupe rodando “Ventura” con sus catorce añitos.
Se hace “existencialista” del Café Gijón
y frecuenta las salas de fiesta madrileñas aficionándose a los “Bubis”
sueltos, que era en tiempo de escasez como se compraban los cigarrillos,
que todavía pasaría tiempo hasta que pudiera alardear poniendo sobre la
mesa de la terraza de “La Calesera” un paquete de “Chester” de su propiedad.
Allí conoció a su marido, o quizá fuera en la del “Café Fuyma”
también en la Gran Vía, Alfonso Estela, un actor de cierta popularidad
quince años mayor que ella, que le hizo cometer el error de casarse a
los diecisiete sin la autorización de su madre que no fue a la boda, y
la promesa de no verla más. Aunque poca fuerza moral podía tener quien a
la misma edad había cometido el mismo pecado. Dos años y medio duró el
suplicio con un hombre celoso, grosero y violento que no le permitía
fumar porque era de putas, y no consintió que Amadeo Nazzari la besara
en “Don Juan de Serrallonga”, firmando a continuación los contratos en nombre de su esposa con una escueta cláusula: “Nada de besos”.
Todavía iría más lejos cuando en el hotel Viena de Barcelona lo amenazó
con dejarle, recibiendo una muestra de lo que ahora se podría
considerar “violencia de género”, que la hizo coger una borrachera y un
tren y presentarse en la puerta de su madre que sin preguntas la acogió
con un abrazo. Siempre su madre al quite tratándola como a la niña que
pocos años antes le guardaba las 125 pesetas que ganaba en la compañía
de Rafael Somoza, y le daba un “durito” para sus caprichos.
Noctámbula
asidua de Bocaccio de la calle Muntaner de Barcelona, que cuenta Coll
que ya estaba allí cuando lo abrieron, y allí aguantó hasta que lo
cerraron. Local de referencia de la “gauche divine” de la que ella
formaba parte por derecho, ya que siempre se ha manifestado públicamente
de izquierdas. También lo fue de otros muchos sitios donde sustentó su
fama de vampiresa y de mala mujer, como Ida Luppino, a la que desde niña
trató de imitar y consiguió con creces. El mundo entero conocía sus
escándalos amorosos formando incluso numerosas zapatiestas en lugares
públicos, pero por si no se habían enterado todos, en el año 85 escribió
unas “memorias” que más parecían unas “malicias”, para poner en
conocimiento de las nuevas generaciones sus más íntimas relaciones con
la práctica totalidad de la cartelera española, y que aunque sería un
atractivo estudio sociológico y antropológico, no divulgaremos más que
la mantenida con Agustín González, por su comicidad y por la
intervención de María Luisa Ponte que era su pareja, y que sin nombres
también lo delató en su libro de memorias “Contra viento y marea”.
Cuenta María que estando en “Oliver”
en la Nochevieja del año 1967, divisó a cierta distancia la calva de
Agustín González, a la que sin ninguna malicia acertó con una bolsita de
confetis, consintiendo y siguiendo con la broma “el calvo” que intentó
en una maniobra envolvente la aproximación, que quedó paralizada en seco
al cruzarse la gélida mirada de María Luisa Ponte que también estaba en
el convite. Pero tal retirada como dicen los estrategas solo era un
paso atrás para coger carrerilla, ya que a los dos o tres días recibió
en su casa un ramo de flores con una nota donde pedía “audiencia”, y a
pesar de la existencia de María Luisa comenzaron una tórrida relación de
la que su madre indignada se sintió en el deber de “chivarse” a la
sentimental compañera de Agustín, mujer de reconocido carácter, y no
solo en los escenarios, se presentó en el lugar del delito (Oliver) y
sin importarle la concurrencia la llenó de improperios a 'grito pelao': “Puta, puta, que te has acostado con todos los hombres del este café”. Los presentes se reían y celebraban el gratuito espectáculo. En la mesa de al lado que estaba Angelino Fons de choteo dijo: “Conmigo no”, y un poco más lejos otro: “A ver si puedo ser el próximo”,
por lo que a medida que las carcajadas eran mayores, mayor era la
tensión y la indignación de María Luisa, que arrancándose trató de
engancharla por los pelos, lo que impidió Enrique Closas que iba de
acompañante.
El
suceso, con similar fortuna se repitió en otra cafetería frente al
Teatro de la Comedia, aunque antes de que llegara al moño surgió de
nuevo la oportuna separación. Pero Agustín y María insistían y se
dejaban notas en el parabrisas de los coches, una de ellas decía: “Estaré en el parking de Santa Ana entre función y función”,
que debió de ser la que también leyó o le leyeron a María Luisa, que
como un basilisco se dirigió al aparcamiento donde los amantes se
encontraban en apurada situación, y aunque alguien fortuitamente, o
ejerciendo la vigilancia, golpeó la ventanilla intentando alertarlos del
huracán que se avecinaba, no logró impedir que vertiginosamente una
mano entrara por la ventanilla y agarrara el preciado moño entre
terribles improperios de imposible reproducción. Parece que mucho tiempo
después las tiranteces se atenuaron entre la una y la otra tras mucho
tiempo de no dirigirse la palabra, más por la escasez de vista de María
Luisa que por educación, ya que devolvió un saludo “a ciegas” sin saber a
quién. Lo que pasa por llevar las gafas en el bolso.
Como
algún mérito artístico también tuvo y aunque nos remitamos al análisis
de sus personajes cinematográficos a continuación, tan solo
mencionaremos la obra con la que más se la identifica en el teatro: “Anillos para una dama” de Antonio Gala, posiblemente su obra talismán. De ella dice sin ambages: “La quiero”.
Al menos tres veces la ha representado haciendo el mismo papel: “Doña
Jimena”, la esposa del Cid Campeador muerto y convertido en mito, lo que
le impide vivir sus ilusiones, sus amores y su sexualidad. La primera
en 1973 con Pepe Bódalo y Carlos Ballesteros, después con Francisco
Piquer y por último con Javier Loyola.
Haremos mención también por emotiva de otra gran representación: “Madrugada” de Buero Vallejo, la segunda obra tras “La escalera”, que el 9 de diciembre de 1953 en el Teatro Alcázar de Madrid concentró a todo el “rojerío” madrileño que enardecidos gritaban "¡Viva Buero!", por no poder gritar "¡Viva la libertad!" en
un teatro lleno de “sociales” camuflados. Ella hacía el papel de Amalia
y aquella noche algunos “cómicos” tuvieron que dar explicaciones en la
Dirección General de Seguridad de su presencia y sus gritos.
En TV se la pudo ver después de un tiempo sin trabajar en “Página de sucesos”.
Trece capítulos como Cándida, redactora jefa a cargo de un periódico y
dos intrépidos redactores de nombre Iñaki Miramón y Patxi Andión. Años
atrás, en 1983, había intervenido en la serie “Anillos de oro”
de Pedro Masó dando vida a Matilde, donde acompañaba a un jovencito
Imanol Arias que se enamoraba de su compañera abogada Ana Diosdado en la
incipiente democracia de divorcios y destapes.
Ni
mencionar por copiosos la cantidad de premios y homenajes a lo largo de
su vida, pero haremos referencia a uno de los últimos por la
importancia de quien lo otorga. La asociación “Marías Guerreras” la
ha homenajeado en la Casa de América por su larga trayectoria, dicha
asociación cuyas siglas son A.M.A.E.N (Asociación de Mujeres de las
Artes Escénicas en Madrid), está presidida por la dramaturga Itziar
Pascual y promueven, fomentan y divulgan la presencia de las mujeres en
las Artes Escénicas en todas sus disciplinas como dicen en sus
estatutos.
El día 26 de febrero de 2009, rodeada de compañeros de profesión, desde las páginas del diario “El País” dice que se retira de “ese mundo maravilloso pero también tremendo”.
Precisamente cuando esos mismos compañeros la obsequian con el premio
especial “Toda una vida” desde la Unión de Actores, negándose a que le
brotaran las lágrimas cuando la noche del nueve de marzo se lo
entregaron en el Circo Price de Madrid.
Hoy
día 27 de febrero de 2013, mientras Madrid recibe entusiasmado la
primera nevada de la temporada, nos enteramos que ha fallecido esta
noche cuando era trasladada a la Fundación Jiménez Díaz desde la
residencia de ancianos donde vivía desde hace unos meses. Quizá la
profesión quiera ser complaciente con ella permitiéndole formar la
capilla ardiente en el Teatro Español como ella deseaba desde que
asistió al funeral de Manolo Alexandre.
En “El sótano”
(Jaime de Mayora, 1949) es Eva, la más bonita y descarada vecina de la
finca del Sr. Rodé (Alfonso Horna), que baja a refugiarse al sótano
durante los bombardeos con su caniche, embutida en su pantalón alto y su
camisa de cuadros, contrapunto con la oscuridad asfixiante que reina en
la vestimenta de los presentes. Dice ser temerosa del amor aunque su
aspecto evidencia lo contrario. Un poco irreconocible por su “narizota”
que todavía tardaría unos años en operar, aun así sus ojos y su
inconfundible voz la delatan.
En “Hombre acosado” (Pedro
Lazaga, 1950) es Bibiana Márquez, la actriz de carrera pobre y gustos
caros que se enreda con el mafioso Adolfo Fuset (Alfredo Mayo), al que
sirve de “gancho” inocente para sus robos y asesinatos a incautos
extranjeros, manteniendo a la vez un romance con Javier (Mario
Berriatúa) que le cuesta la vida cuando el atleta catalán quiere
desenmascarar a su protector.
En “Séptima página”
(Ladislao Vajda, 1950) es Leonor Ramos en su habitual papel de mujer
ambiciosa que no se conforma con compartir la poca fortuna con un hombre
honrado (Luis Prendes). Por eso consiente en ser la amante de Paco
(Alfredo Mayo), el delincuente elegante que la agasaja con bolsos caros y
vestidos elegantes, tiene que disimular ante los ojos de su marido
diciendo que son regalos de su hermana. La mala fortuna la llevará con
su amante a la misma sala de fiestas donde su marido ha encontrado
trabajo de camarero, que con la misma pistola de su amante le pegará un
tiro en la cabeza.
En “Surcos”, película de 1951, José Antonio Nieves Conde la contrató porque la había visto haciendo un papel similar en “Séptima página”, aunque costó ambientarla porque su elegancia natural impedía la vestimenta marginal. En ella da vida a “La Pili”,
hija de estraperlista y casera de realquilados, que vende “virginias”
(tabaco rubio) por bares y estaciones dejándose gobernar por “El mellao”
(Luis Peña), un 'chuloputas' que le saca los cuartos, le quita
la mercancía y marca territorio abofeteándola en el patio de vecinos,
por lo que su primo Pepe (Francisco Arenzana), recién llegado del
pueblo, saldrá en su defensa y tras pelear con el matón se irá con ella a
la habitación sobre el almacén del “Chamberlan” (Félix Dafauce), “para vivir como una gran señora” como reclama con malos modos y cara de desprecio al mundo que no sabe apreciar lo que vale.
El
toque definitivo lo dio ella misma poniéndose unos viejos calcetines
como veía que hacían las vendedoras de cigarrillos que deambulaban junto
a la estación de Atocha. Con las que se mezcló durante el rodaje y con
las que corrió buscando la protección de algún vagón cuando en una
redada real los grises las corrieron por los andenes. Mientras tanto
desde un camión con una lona se filmaba con cámara oculta. Al estreno en
el Palacio de la Prensa asistió con un abrigo prestado por Amparito
Rivelles y tanto debió impresionar a los realizadores que a continuación
se tiró un año entero sin trabajar. Cosa habitual en el mundo del cine
español, si no que se lo pregunten al equipo de “Los lunes al sol”.
En “Dos caminos”
(Arturo Ruiz-Castillo, 1953) por fin hacía de una “buena”, Marcel, una
francesa que ayuda a Miguel Domínguez (Rubén Rojo), un republicano huido
a Francia cuando una noche en fuga invade su alcoba en compañía de
Pedro Puig (Juanjo Menéndez), del que se enamora perdidamente a pesar de
las inconveniencias, proporcionándole alimentos y documentos para que
pueda sobrevivir en Francia y volver con él a España como es su deseo.
Deseo que no llevará a efecto ya que muere bajo los escombros en un
bombardeo cuando Miguel va a buscarla para regresar a España.
Por
este trabajo recibió el Premio de Interpretación del Festival de San
Sebastián por unanimidad, que inmediatamente le quitaron cuando la
delegación francesa amenazó con marcharse con todas sus películas si no
se eliminaba ésta, ya que cuenta que se molestaron por una escena donde
puede verse a Antonio Machado en un campo de concentración francés
siendo tratado de forma incorrecta. Aunque si se visiona la cinta se
comprobará que no solo tenían motivos por esta escena donde Machado
muere lamentándose hacinado en un campo de concentración mientras recita
su poesía, toda la película es una continua crítica a los franceses por
el trato dado a los republicanos españoles, aunque todo ello revestido
de una aureola de equivocación republicana por tomar la opción
equivocada. Posiblemente para que al director no se le viera el plumero,
no olvidemos que fue un intelectual comprometido con la República en la
difusión de la cultura y los conocimientos, cofundador con García Lorca
de “La Barraca” y organizador de la 1ª Feria del libro en 1935. La
película se dio como no pasada y el premio lo recibió Julita Martínez
por su extraordinaria actuación en “Hay un camino a la derecha”·
En “Aeropuerto” (Luis
Lucia, 1953) es María, la mujer de Fernando (Fernando Rey), el piloto
de Iberia que apenas ve desde que murió su hija y creó una barrera
infranqueable. Pero una noche llaman a la puerta y se presenta una niña
de diez años en busca de su marido, una niña huérfana que ha traído
desde México y le ha tomado cariño. Una niña cariñosa que adivina la
tristeza en el rostro de la mujer que se deja aconsejar por la pequeña
para volver a la normalidad con el hombre que quiere y que ya casi no
conoce. Un hombre que le corresponde cuando llega a casa de madrugada y
se encuentra sorprendido por la nueva situación creada en pocas horas y
que augura un prometedor futuro.
“Tarde de toros”
(Ladislao Vajda, 1955) es una película que odia porque está horrenda.
Cuando se ve después del montaje que se ha efectuado en Londres con su
“narizota”, su cortísimo pelo y su extremada delgadez, sufre una
depresión de la que Emma Penella la noche del estreno en el Cine
Coliseum de Madrid, tiene que consolarla por el terrible berrinche que
coge. Ahí tomará la firme decisión de operarse la nariz, cosa que hará
unos años después quedando totalmente satisfecha. La película es poco
más que una corrida de toros al servicio de los toreros Puente, Carmona y
Rondeño II, bajo los que se esconden los diestros Domingo Ortega,
Antonio Bienvenida y Enrique Vera, y al del “régimen”, que le otorgó
todos los premios concebibles y los inconcebibles también, restándoselo a
la otra película de Vajda: “Mi tío Jacinto”, que solo consiguió la
categoría de 1ª. Rodada en el mes de agosto en la Plaza de las Ventas de
Madrid con público real que asistía gratuitamente, y al que jaleaba
Bobby Deglané pidiendo libertad de comportamiento ante el desarrollo de
la faena, llegando a tal punto los tintes realistas que para doblar a
Jorge Vico contrataron al “maletilla” Manuel Valle “Vallito”, que por
el módico precio de ocho mil pesetas y la publicidad que consiguiera se
tuvo que dejar coger por el toro. Poco puede dar de sí cualquier papel
en una película que de los 76 minutos de duración 58 son de corrida.
Ella es Paloma, la chica retratada en el papel por el dibujante.
En “La vida en un bloc”
(Luis Lucia, 1956) es Lupe Tovar, la guapísima cantante cubana que en
su última actuación en España antes de volver a Cuba asombra a propios y
extraños dejándose seducir por Nicomedes Gutiérrez (Alberto Closas), el
médico de Villavieja la Nueva que intenta tomar en la capital la
experiencia que le falta ante su próxima boda, quedándose alucinado por
el inmediato éxito que tiene con la cantante, tras cuya impresionante
fachada se esconde Calixta, la criada de la Fonda la Estrella de su
pueblo que bien recuerda al galeno, del que vive enamorada desde que lo
conoció. En la película por deseo expreso del director cantaba el bolero
de Los Panchos “Obsesión” en su actuación en “El pato verde”,
muy bien por cierto, con una voz más que acariciadora y bien timbrada y
una orquesta que la acompañaba maravillosamente. No era la primera vez
que cantaba, aunque no era cantante le gustaba hacerlo, en “Riscal” y en “Alazán”
(una boite de moda) lo hizo muchas veces. Cantaba en francés cosas de
Juliette Grecó, que tenía su misma edad y un parecido más que razonable.
Su especialidad: “Las hojas muertas”.
En “El juego de la verdad” (José
María Forqué, 1963) es la mujer de Manolo Segovia (Leo Anchoriz), con
el que se casó sin amor cuando era torero de moda y ahora escupe su
desprecio groseramente cuando lo ve cobarde y acabado. Aunque haga gala
de su titularidad ante María Jesús (Ana Casares), la amante de su marido
que no esconde su adulterio sabiendo la importancia que tiene en su
vida la relación con el hombre.
En “La tonta del bote” (Juan
de Orduña, 1970) se luce mostrando su carácter y desparpajo castizo
dando vida a la “Señá” Engracia, propietaria de una “prendería”.
Sombreros, zapatos y ropa usada que vende a bajo costo con guasa a las
señoras de postín a las que la fortuna ha ido desatendiendo. Solterona
de buen ver que tiene recogidos en su casa cuatro vástagos porque su
gran corazón no le permitió mirar hacia otra parte cuando la madre de
”La Susana” (Lina Morgan) la llamó a maternidad a sabiendas que se
moría, y no fue capaz de dejar a una niña de 8 días en el torno del
orfanato. A “La Trini” (Marisol Ayuso) y a “Lorito” (Luis Varela) porque
se murió su hermana Trinidad y los dejó huérfanos, lo que poco después
pasó con su hermana Lorenza que le dejó a Asunta (Paca Gabaldón). Pero
un buen día alquiló una habitación de la casa a Felipe “El postinero”
(Arturo Fernández), un hombre guapo y bailarín al que la “Señá”
Pascuala, “La Crepé”, parece que le había dejado la fortuna al morir. Y
de él se enamoró y pretendió deshacerse de la prole cuando de nuevo la
ilusión le encendió las mejillas. Pero Felipe optó por Susana, a la que
tenía ley, y la convirtió en una estrella del baile que triunfó en el
mundo entero mientras a ella la fortuna le fue adversa y terminó bajo
una toquilla vendiendo pipas con una cesta en el Parque del Retiro,
donde fueron a buscarla Susana y Felipe para llevarla junto a
ellos.
En 1977 trabaja con Luis Buñuel en su última película, “Ese oscuro objeto de deseo”,
movida más por ver cómo trabajaba el reconocido realizador que por el
papel en si. Buñuel siempre estuvo enamorado de la excelente novela del
francés Pierre Louÿs de final del XIX “La mujer y el pelele” y en 1959 estuvo a punto de hacerla con el nombre “La femme et le pantin”,
como se dio a conocer la versión muda rodada en 1929 por Jacques
Baroncelli y protagonizada por la actriz donostierra Conchita Montenegro
cuando solo contaba 17 años. Película maldita de la que ya en 1935 la Paramount se vio obligada a quemar el negativo de la versión dirigida por Von Stenberg, “El diablo es una mujer”,
interpretada por su amante Marlene Dietrich. Aunque no fue éste el
motivo del enfado del derechista Gil Robles, que en aquellos momentos
asumía el Ministerio de Guerra, sino la visión que se daba de Andalucía y
de la Guardia Civil. Por supuesto que la Paramount no hizo ni puto caso
de la “recomendación” conservando la cinta.
Recordemos
que la cinta de Buñuel narra el viaje entre Sevilla y Madrid de Mathieu
(Fernando Rey), que al borde de la senectud cuenta a sus compañeros de
viaje las particulares relaciones eróticas con Conchita Pérez,
interpretada a la vez por Ángela Molina en su parte ardiente y por la
francesa Carole Bouquet en la fría y delicada. Dos actrices para suplir a
María Scheneider, aquella jovencita que hizo viajar a Perpiñan a la
mitad de los españoles para ver como le untaban mantequilla en “El último tango en París”.
La joven rodó una semana y se despidió a “la francesa”. Algo tendría el
papel que ya en 1959, en la versión que hizo Julien Duvivier en
sustitución de Buñuel, la jovencita en cuestión fue nada menos que
Brigitti Bardot. La “B.B.”.
En “Mambrú se fue a la guerra”
(Fernando Fernán-Gómez, 1985) es Florentina “La chinita”, la mujer del
“topo” Emiliano (Fernando Fernán-Gómez), el sargento tamborilero
republicano que la rescató del teatro de varietés
y que desde el final de la guerra vive escondido bajo la pila de lavar
sin que ni siquiera su hija (Emma Cohen) sepa de su existencia. El día
anterior a la muerte del 'Caudillo' Florentina decide contar la
situación a su familia, pero su yerno (Agustín González) logra
convencerlos de mantener la situación para seguir cobrando la pensión
por viudedad. Sólo uno de sus nietos se revela contra la decisión (Jorge
Sanz) y visita a su abuelo, que ha desarrollado la ventriloquia y habla
con imaginarios personajes.
En
un ataque de desesperación el “topo” abandonará el escondite y a golpe
de tambor recorrerá el pueblo sembrándolo de amargura. “Mambrú se fue a la guerra”, era una de las canciones mil veces cantadas en juegos de niños de corro o de cuerda, como “A mi burro, a mi burro”, “Tengo una muñeca vestida de azul”, “El señor don Gato”, “El cocherito leré”, “Al pasar la barca” y alguna más que rondará por las cabezas del recuerdo.
“Mambrú”
fue compuesta por los franceses durante la Guerra de la Independencia
española pensando que había muerto su gran enemigo inglés Jhon Churchill
(¡Ojo! no Winston), aliado de los españoles desde la Guerra de
Sucesión. De tortuoso pronunciamiento nobiliario, “Duque de Marlboroug”,
quedó simplificado a “Mambru” y fue cantado en primera instancia por
patriotas y soldados franceses que no tardaron mucho en olvidar, hasta
que la nodriza del “Delfín” Luis XVII contratada por María Antonieta,
arrullaba al niño con esta canción que hizo gracia a los Reyes, que a su
vez extendieron por los Jardines de Versalles y por extensión los
Borbones a España, popularizándose en los juegos infantiles de aquellas
niñas que jugaban a “la rayuela”. ¿Que qué era la rayuela? Pues como “el tejo”, “el tacón” o “la china”,
todos ellos consistentes en lanzar el artefacto escogido lo más cerca
de una “raya” o darle al de otro/a jugador/a. Otro día con más tiempo
les cantaré la canción entera.
En “El mar y el tiempo” (Fernando
Fernán-Gómez, 1989) es Marcela, la exmujer de Eusebio (Fernando
Fernán-Gómez) y madre de Chus (Cristina Marsillach) y Mer (Aitana
Sánchez-Gijón), que la visitan por compromiso para evitar el estado de
perpetua embriaguez en que se encuentra, trayendo con ellas un día a
Jesús (José Soriano), el hermano de Eusebio, que tras treinta años de
exilio en Argentina vuelve para remover sus recuerdos diciéndole lo
bonita que estaba cuando niña, y lo que le gustaban esas canciones que
cantaban mientras saltaban a la cuerda, impidiendo la botella de anís
seguir profundizando en la conversación.
En “Tiovivo C. 1950”
(José Luis Garci, 2004) es Doña Justa, la dueña del café donde se
cruzan las historias de aquel carrusel en la Navidad de 1950. Un poco
fascista en sus apreciaciones y soberbia en su conducta, que nos
recuerda tanto a aquel otro café de “La Colmena” de Camus y su
déspota dueña (María Luisa Ponte), aunque ésta está mucho más
dulcificada pese a que controla de la misma manera desde la barra del
café. Dice de su relación con Garci estar muy contenta porque la trataba
como si fuera la estrella de la película, cuando eran 83 los actores y
actrices que participaban de la coral haciendo pequeños papeles.
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