Por
Nunca he sido muy seguidor del cine mudo, ni
siquiera del cine más genial de Buster Keaton, Harold Lloyd o Chaplin,
sostenible por el tono de comedia (ácidamente crítica, en algunos casos) de
estos tres artistas. Pocas veces me he acercado, sin mucho entusiasmo (pero
tampoco con desdén), la verdad, al cine mudo digamos serio, de más enjundia
estética y argumental. Por ejemplo, la cinematografía del americano Griffith o
la del soviético Eisenstein, ambos galvanizados por obras épicas (incluidas las
más panfletarias, por ejemplo el Octubre del ruso) o, en otro orden soviético,
los retratos vanguardistas experimentales de un Dziga Vertov (la estupenda El
Hombre de la Cámara).
Esta Aelita de 1924, del director Yakov Protazanov, precursora del cine
de ciencia ficción, incluso antes de la legendaria Metropolis de Fritz Lang,
constituye uno de los más relevantes documentos soviéticos del primer cine
revolucionario, junto a las obras de Eisenstein. A pesar de que para algunos
pueda estar lastrada un tanto por un exceso de realismo socialista (fue
realizada en el contexto de la casi recién triunfante Revolución soviética) me
ha parecido innovadora, futurista y audaz en el diseño de vestuario y
decorados. Está claramente influenciada por las tendencias estéticas
vanguardistas del cubismo, futurismo y constructivismo de los primeros años del
siglo XX, un fiel reflejo en el que se mirarían posteriores secuelas del
género. Incluso alguno, desde la todopoderosa industria hollywoodiense, dijo
que esta Aelita podría ser perfectamente el equivalente actual a alguna gran
super-producción de Spielberg. Una analogía un tanto curiosa, la verdad.
No estuvo exenta de polémica en su momento
Aelita, ya que mientras algunos diarios soviéticos criticaban el excesivo coste
de la misma en una época de vacas flacas para la Rusia soviética, donde muchos
trabajadores vivían con lo puesto, otros hacían hincapié en que intentaba
imitar en demasía a las superproducciones occidentales, en particular, en lo
referente al numeroso contingente de extras utilizado, un tanto en detrimento
de, según esos diarios, la calidad global del film. Igualmente, no dudaban en
reprochar (para que no quedase nada en el tintero) el carácter
“formalista-burgués” de Protazanov a la hora de abordar esta Aelita. Es decir,
achacaban al director soviético poner en práctica una concepción cinematográfica
demasiado idealista (se recreaba demasiado en lo “estético”) antes que
reivindicar las ideas y valores socialistas, deslizándose peligrosamente hacia
la ideología burguesa. Una requisitoria tal vez excesiva por quienes miraban
con algo más que reojo cualquier desviación de los ideales bolcheviques, en una
época donde aún estaba reciente una tremenda guerra civil contra unos “blancos”
que habían sido pertrechados por Occidente.
Lo cierto es que el argumento de Aelita, a pesar
de los pesares, no deja lugar a la duda ya
que es el espejo de la sociedad
soviética de la época, la Revolución, los ideales socialistas y el poder
popular de las clases trabajadoras, con la inevitable historia de amor de
por medio. El argumento es bien simple, acorde con la efervescencia
revolucionaria del momento, a pesar de que algunos hayan pretendido ver
sutilezas “anti-soviéticas” en esta película (basándose en criterios
argumentales, no estéticos), diciendo que Aelita fue un canto solidario hacia
el socialcapitalismo del NEP (la llamada “nueva política económica” de Lenin
para una Rusia que caminaba entre ruinas), que no fue otrae cosa que un ensayo
económico capitalista transitorio utilizado como trampolín hacia el socialismo.
La NEP tenía fecha de caducidad…algunos no se enteran.
Yakov Protazanov |
Más que el mensaje en sí de la película y sus
derivaciones ideológicas o de las reinterpretaciones políticas que se puedan
hacer con el paso del tiempo, los ejemplos más apreciables a señalar en Aelita
son la, sin duda, audaz escenografía futurista de la misma, donde podemos
ver el peculiar gorro de la reina Aelita que emite una especie de ondas de
radio para comunicarse con la Tierra; la curiosa vestimenta de Gor, el guardián
de la energía de Marte, recubierto de tubos plastificados, los centinelas
llevando sus trajes articulados, unas escaleras sin dirección definida o
puertas que se abren y cierran automáticamente. Complementos estéticos que iban
más allá de un simple vestuario futurista, ya que eran la expresión misma de la
modernidad revolucionaria.
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