Haciendo referencia a mi libro anterior: “Algo más que secundarios”, dividido en diferentes apartados, decía de él que tenía méritos para estar en cada uno de los capítulos del libro. Es un “histórico”, es un “testigo del tiempo”, es autor, director, actor y atesora una sensibilidad tan única como él mismo, y desde el 30 de enero del año 2000 es el primer actor que ocupa el sillón “B” en la Real Academia Española, acabando con esa maldición que pesa sobre la fama de los cómicos o quizá perpetuándola.
Buscando en sus antecedentes como cualquier investigador que se precie, busqué con ahínco el nombre de su padre en sus escritos, pero ni una vez encontré mención alguna a tan misterioso personaje que el enumeraba como un tipo alto al final del pasillo de un teatro en el que pretendía ofrecerle trabajo. Y de ese hilo tiré buscando en las coordenadas tiempo y lugar hasta tener prácticamente “acorralado” al actor alto y rubio de cierto parecido físico. Momento en que se cruzó en mi camino Salvador Arias, amigo de Rafael Alberti y María Teresa León en cuya casa habían vivido muchos artistas, entre ellos Carola Fernán-Gómez, y confidencialmente me dijo el nombre al oído. El mejor doblador de la historia me acababa de hundir en la miseria, ya que no me sentía capaz de traicionar su confianza divulgando lo encontrado, a la vez que cercenaba mi línea de investigación. Ahora me alegro de guardar el secreto que tan bien ha conservado el actor, mucho más en estos tiempos de charlatanes y mercaderes de la cochambre que sientan cátedra desde “tertulias” televisivas para indocumentados.
Nació en Lima el día 28 de agosto de 1921 cuando se madre, Carola Fernán-Gómez, andaba de gira por el continente americano en la compañía de Maria Guerrero, aunque su nacimiento se registró en Buenos Aires que era donde dicha gira terminaba.
Nieto de un tipógrafo y una costurera que sintieron todos los miedos del mundo cuando su hija, de extraordinaria belleza, abandonó su trabajo de mecanógrafa “embaucada” por el representante de la compañía Guerrero-Díaz de Mendoza. Al terminar la gira americana su madre se contrata en otra compañía, por lo que su abuela tiene que recogerlo en Argentina, volcando en él lo que la distancia le negó a su hija, cariño y compañía. Y así las noches infantiles se llenan de entusiasmo al amparo de la mesa camilla donde al alimón se leen las historias de Rocambole o de Emilio Salgari mientras se zurcen calcetines o se desgastan pinturas sobre el papel.
Instalados en Madrid viven en céntricas pensiones de una ciudad comprimida que casi se abarca si se extienden los brazos, que le ofrece sus calles como escuela. Los juegos, los tebeos, la “Parada” de Palacio y los colines que a diario recogía en su peregrinaje a la Plaza de Santa Ana han constituido su mejor recuerdo navideño.
Eterna pugna la que mantienen madre y abuela sobre la educación del chico, que una pinta en burgués y la otra en proletario, lo que se manifiesta en la indumentaria y en las intenciones laborales, que se aplazan hasta que la Guerra Civil concluya y determine si Fernando será un abogado o un trabajador asalariado. Pero la guerra, que caprichosamente juega con los destinos lo lleva al teatro.
Vivir en Madrid en guerra era complicado, el miedo se manifestaba en cada ordenanza, el instinto de protección ponía en vigor esperpénticas practicas impensables en los tiempos de normalidad, por ello no se podía andar por las calles si no se lograba acreditar una ocupación laboral. Este fue el motivo por lo que el mismo día que cumplía los dieciséis años se inscribió en la escuela de teatro de la CNT, y así pudo caminar tranquilamente por las calles y plazas madrileñas, eso si, con un brazalete con la bandera argentina que lo identificaba como ciudadano extranjero. Allí conoció a Rafael Alonso y a Manuel Alexandre, y como los actores jóvenes estaban en el frente pronto encontraron acoplamiento en el teatro. La primera vez fue en el moderno Teatro Pavón de la calle de Embajadores, para pasar de la seriedad del teatro político a la ligereza del vodevil en el Eslava, donde no pudo articular palabra del cortísimo diálogo que le habían adjudicado. Miedo escénico que se da con bastante frecuencia en los debutantes. Terminada la guerra y seminormalizada la situación artística de nuevo vuelve al meritoriaje sin sueldo rodando de compañía en compañía con la miseria posguerrera pisándoles los talones. Y como maná caído del cielo aparece “La antorcha de los éxitos” (Cifesa) que lo contrata para tres meses en un maratoniano año 1943 que hace nada menos que diez películas, con lo cual puede saldar la deuda de hambre contraída con Tirso Escudero, cuando al borde de la extenuación le pidió 300 pesetas en San Sebastián para comprar un jamón.
En los años sesenta firma una carta pidiendo explicaciones al Ministro de Información sobre las torturas a los mineros asturianos en huelga, cuya respuesta no se hace esperar, etiquetado de “rojo” para intranquilidad de su madre y felicidad de su abuela si hubiera vivido, su trabajo se resiente pero no su ingenio. En Radio Nacional y Televisión Española se silencia su nombre y por supuesto se prohíbe su contratación, volviendo a las viejas prácticas de posguerra de ocultar la identidad de los artistas republicanos. Poco tiempo después realizaría inolvidables cometidos, las historias de “Juan Soldado” y él Lucas Trapaza de “El pícaro”. Curiosamente, porque “la vida te da sorpresas” como dice la canción, en esta difícil época de obligado cumplimiento, es Emilio Romero quien le tiende la mano encargándole la dirección de una comedia suya.
Tiene todos los premios del mundo y sin lugar a dudas con todo merecimiento, que cuando se contempla con esta perspectiva se puede decir sin temor a errar, pero tiene mal carácter público, seguramente justificado en este tiempo de intrusos de intimidades, que le perjudica sin lugar a dudas. Hay un país que lo reconoce y lo quiere, es algo más que un autor, actor, realizador o escritor, es una leyenda viva e irrepetible que ha llenado muchas horas de emociones de la vida de todos.
El pasado año 2006 David Trueba y Luis Alegre lo han sentado en una “película conversación” llamada “La silla de Fernando”, donde con la tranquilidad necesaria nos dará la impresión de que charlamos con él durante dos horas.
Recordemos que en el año 81 recibió la medalla de Oro de la Bellas Artes, en el 89 el Premio Nacional de Cinematografía y en 1995 el Príncipe de Asturias.
Hoy, miércoles 21 de noviembre de 2007 ha muerto en el Hospital de la Paz de Madrid, evitando por los pelos el fatídico “20-N”, que seguro que no le hubiera hecho mucha gracia compartir fecha de defunción con Franco y José Antonio Primo de Rivera, aunque igual si que le hubiera gustado hacerlo con Durruti por su manifiesta condición de anarquista. De cualquier forma era un hombre que vivía ya un tiempo que no le correspondía, donde la inteligencia y la sensibilidad se insultan tan gratuitamente. Es otro tiempo para otros personajes que presten su rostro a otras historias que esperemos que puedan entusiasmarnos como lo hizo él durante tanto tiempo. Como diría Manolo García: “Gracia por el refresco”.
En “Vida en sombras” (Lorenzo Llobet-Gracia 1948) es Carlos Durán en su faceta adulta, desde niño enamorado del cine que termina siendo realizador que cámara en mano filma cuanto acontecimiento le sale al paso, incluyendo la Guerra Civil española, en cuyo segundo día matan a su esposa mientras el rueda entre los parapetos, por lo que se sentirá culpable durante mucho tiempo.
El papel de Ana, “Perla Blanca”, su esposa, lo hará su propia esposa en aquellos momentos: María Dolores Pradera, quizá por eso la censura fue tan considerada (solo en este tema como veremos) con tan apasionados besos en la boca, cosa que no consintió con Clara (Isabel de Pomés), su segundo y tibio amor en la historia, con la que apenas cruza una mirada.
Cuenta José Luis Castro de Paz en la “Antología Crítica del Cine Español” avalado por la conversación que he mantenido en la Filmoteca española con Margarita Lobo tras el visionado de la película, que Lorenzo Llobet era un solvente empresario del transporte y prestigioso cineasta amateur que decidió adentrarse en la aventura del largometraje con el apoyo y consejos de un importante núcleo de buenos amigos, entre los que se encontraban el realizador Serrano de Osma y el director de la revista cinematográfica “Primer Plano” .
Prestigioso realizador del mundo del corto que buscó el compromiso final con una historia escrita por él mismo que tiene mucho de personal. La suya la contó tiempo después su viuda, Beatriz, en un corto dirigido por Ferrán Alberich titulado “Bajo el signo de las sombras”.
Lorenzo Llobet era hijo de un empresario del transporte de la línea regular que unía Barcelona y Sabadell, en cuyo número 16 de la calle Tantarantana tenían la sede. Hombre aficionado a la fotografía regala a su hijo una cámara cuando aun es un niño, con la que filma su primer corto: “Una terraza”, donde aparecen sus hermanas bailando y gesticulando en el patio de su casa. Desde ese momento no pararía de filmar cuanto encontraba.
En Sabadell funda uno de los primeros Cine-Clubs de España con el nombre de “Amigos del cinema”, cuya primera función se debe suspender por coincidir con el día que empezó la guerra en España, por la que su padre es detenido y encontrado muerto una vez terminada, lo que le hunde anímicamente.
En Barcelona se casa en el año 37 y en la posguerra desoyendo el consejo de los amigos se mete de lleno en lo que es su ilusión fraguada durante mucho tiempo, hacer un largometraje con una historia que lleva en la cabeza. Presentado el guión a censura fue denegado, por lo que urgentemente hubo que hacer unos retoques y cambiar el nombre por el de “Hechizo”, que fue aprobado cuando ya prácticamente todo estaba contratado para empezar el rodaje, aunque cuando éste está a la mitad llega la comunicación de que se deniega el crédito sindical, obligándolo a implicarse personalmente con su fortuna para poder terminar el rodaje.
En este tiempo su hijo sufre un pequeño accidente en el colegio, un compañero jugando le clava en un muslo una plumilla de escritura, un ligero rasguño al que nadie da importancia, incluido el médico visitado por la insistencia de la madre, que les permite marchar sin cuidado de vacaciones. A pesar de las continuas visitas al médico del pueblo y de algún que otro altibajo en su recuperación parece que el niño está completamente bien, por lo que el médico del pueblo está dispuesto a darle el alta pero quiere corroborarlo con su colega de Barcelona. Mientras lo visten para la visita caerá fulminado sin que haya posibilidad de recuperarlo.
Lorenzo Llobet se siente culpable porque ha aparecido en su película, y dice que muere como todo el que aparece en ellas, haciendo alusión a la muerte de la protagonista de su corto “La suicida” rodado en 1935, cuyo argumento cuenta como se suicida esta joven arrojándose al paso del tren, tiempo después morirá arrollada realmente en el apeadero de Sabadell cuando cruzando las vías, mientras mira en un sentido la embiste el tren que viene en sentido contrario, asociando el realizador los dos luctuosos sucesos que le llevaran a gritar ante la Virgen de Monserrat que no era justo lo que le había hecho hasta caer desmayado.
En continuo deterioro es ingresado en el sanatorio de reposo para enfermos mentales “Las dos torres”, donde durante tres meses le someten a tratamiento de “electrochoque” que lo tiene en una situación semi catatónica.
A la salida sus amigos prácticamente habían desaparecido, y con ellos casi todo el material fílmico de su propiedad. La película es calificada de 3ª categoría (…..sin interés en ningún aspecto, inconcebible, inaceptable, inadmisible, impresentable), prohibiendo taxativamente su exportación al extranjero y su exhibición en locales de 1ª y 2ª categoría. Antonio del Amo la edulcora un poquito para que en la revisión tan solo consiga escalar un peldaño y la califican de 2ª B con los mismos inconvenientes. Cinco años más tarde, sin ninguna publicidad, se estrenará en Barcelona y en Madrid, en cines de los que no aparece ni el nombre. Al poco tiempo se habían perdido todas las copias y las tres que existen las rescató la Filmoteca del convento de monjas del Padre Claret, y se supone que la que ahora se exhibe, tras ser dignificada en el Festival de Valladolid, se acerca más a la original que a la copia censurada.
En la filmoteca esta considerada por todo el mundo como una película maldita, a cuyo alrededor han pasado “cosas” siempre que se han sacado de su letargo las latas que la contienen y de las que no voy a hablar porque no creo en los fantasmas. Lorenzo Llobet murió en el verano del 76
En “La mies es mucha” (José Luis Sáenz de Heredia 1949) es el Padre Santiago Hernán, el misionero católico enviado a la India por la Compañía para ayudar al Padre Daniel (Alberto Romea) en las tareas de adoctrinamiento en la misión de Kattinga. Poco durará la compañía del viejo cura en tan hostil paraje y tendrá que asumir con urgencia las múltiples tareas que se derivan de su compromiso. Sanar enfermos, educar niños, cultivar la tierra, pelear contra la brujería local, y si queda tiempo bautizar a los conversos para que la parroquia vaya creciendo.
Auxiliado por la hindú conversa Teresa (Julia Caba Alba) y su hijo Modu (Rafael Romero Marchant), que terminará siendo cura, cuenta una más de las historias de misioneros que abandonan la comodidad de las capitales europeas para morir jóvenes en selvas plagadas de serpientes y epidemias.
La película está hecha sobre el guión de Vicente Escrivá y José R. Boeta, dos jóvenes escritores que ganaron el concurso de guiones organizado por el Consejo Superior de Misiones para “dar a conocer las inquietudes, desventuras, trabajos, esfuerzos y anhelos de los misioneros católicos españoles”, y está patrocinada por la “Obras Misionales Pontificias”.
Dice la Agencia Logos el 31 de marzo sobre la presentación de la película en Roma, que a ella asistió el realizador y Monseñor Sagarmínaga, el máximo responsable de las Obras Misionales, que habló desde los micrófonos de Radio Vaticano acerca de los pormenores de la misma.
La iniciativa se debía al Cardenal Ángel Herrera Oria, obispo de Málaga en aquel momento, por lo que la película fue íntegramente rodada allí, en la magnífica finca de “La Concepción”, bosque cerrado de extraordinaria frondosidad de donde hubo que arrancar 400 limoneros para hacer el poblado hindú, donde “gitanos ligeramente maquillados y coloreados” simulaban los nativos selváticos, a los que el “generoso” y “moderno” prelado obliga la asistencia a la misa dominical ofrecida por el Padre Taboada (auténtico misionero que tras la película volvió a Kattinga) para el equipo completo, y adaptándose a las circunstancias permitía trabajar los domingos a los seminaristas (y resto del equipo) que participaban en el rodaje siempre después de cumplir sus labores religiosas.
Vean un trozo de la exaltada crítica que “Ardila” hacía desde las páginas del diario “Pueblo” el 29 de marzo de 1949: “La mies es mucha”, producción de honda raigambre pía, exaltación exquisita y patética, honda y humanista, de la cruzada de los defensores del cristianismo en tierras paganas”. No menos “emotiva” es la de “El Pobre Pérez” en “La tarde” en esa misma fecha: “La mies es mucha” nos ofrece valiente y brillantemente la versión cinematográfica “española” del misionado católico. Cuando en el mundo han circulado exitosamente unas cuantas monsergas sobre el particular, con curas que juegan al fútbol, cantan “blues” y se mueven sobre el asfalto, este film español irrumpe, apasionado y valeroso, a explicarnos con luminosa justeza la honda, dramática y sublime peripecia de los misioneros españoles, humildes y heroicos, como este Padre Santiago, que, lejos, de la civilización, rodeados del peligro y de fanática ignorancia, misionan en las terribles oscuridades del verdadero salvajismo”.
En “El último caballo” (Edgar Neville 1950) es Fernando Vallejo, el soldado de caballería del regimiento de Alcalá de Henares licenciado en el momento en que la caballería se va a motorizar, pensando sacrificar a los equinos en la plaza de toros de Las Ventas como montura de picadores, por lo que decide liberar de tal suerte a “Bucéfalo”, su caballo compañero durante el servicio militar, invirtiendo en él el dinero de su boda, con lo que consigue que lo abandone Elvirita (Mary Lamar) mientras intenta encontrar alojamiento para “Bucéfalo” en un Madrid excesivamente motorizado que no ha dejado un hueco para un caballo.
La primera noche la pasa en el patio de la pensión donde vive, donde se come los “geranios” de la portera (Julia Caba Alba) y las tres siguientes en el cuartel de bomberos donde presta sus servicios Simón (José Luis Ozores) mientras que por el día se come los setos del Parque del Retiro aprovechando los descuidos del “Mosqueperro”que los vigila.
Los sacará del apuro Isabel (Conchita Montes) la encargada del puesto de flores, que le amplia el menú con la esparraguera de revestir los ramos y las diferentes variedades de lo que se vaya marchitando, presentándole además a Nemesio, un borracho cochero de La Guindalera que aun conserva el coche donde poder enganchar a Bucéfalo en el “punto”.
Simón, Isabel y Fernando se harán amigos y en medio de una borrachera tremenda en el “Bar La Cruzada” se declararán “ciudadanos de un mundo de sangre caliente” y entrarán en indisposición permanente con los automóviles, por lo que ambos perderán su trabajo y con la floristera se asociaran con el labriego que le proporciona las flores, atesorando una felicidad efímera aunque a ellos les parezca eterna.
Se le achaca ser la primera película neorrealista, basta con prestar atención al discurso de los borrachos y estar atentos al paseo que Neville nos da por el Madrid del año 50. Un año más tarde Nieves Conde haría “Surcos” y Berlanga y Bardem “Esa Pareja feliz”.
En “Balarrasa” (José Antonio Nieves Conde 1950) es el misionero español que tira de un trineo por las estepas de Alaska recordando su historia mientras intenta orientarse en la noche de ventisca.
Javier Mendoza, juerguista irredento que pasa la vida en los burdeles bebiendo y jugando haciendo honor a su apodo “Balarrasa” tomado del refranero: “Tira con bala rasa”, aludiendo el daño que hace.
Teniente del ejército nacional durante la Guerra Civil se juega a las “siete y media” una guardia con un amigo, el Teniente Hernández (Mario Berriatúa), queriendo la fortuna que lo maten en su lugar mientras deambula entre los parapetos, lo que crea tal desconcierto en él que terminada la guerra en un arranque de arrepentimiento se marcha al Seminario Pontificio de Salamanca para que le acojan como aspirante a cura, cosa que es aceptada a pesar de las reticencias del Padre Prior (Manuel de Juan), que ni cuando termina los estudios le permite cantar misa si antes no vuelve a su mundo para asegurarse de lo que quiere. A su casa de Madrid volverá para encontrar a su familia deshecha, cuyo padre (Jesús Tordesillas) es un jugador empedernido, sus hermanas vuelven a casa de madrugada y su hermano Fernando (Luis Prendes) está en los límites de la delincuencia trabajando para un estafador. A todos logrará recomponer excepto a Lina (Dina Sten), que muere junto al mafioso Mario Santos (Eduardo Fajardo) cuando son perseguidos por sus hermanos.
También morirá el misionero jesuita murmurando el final de estos recuerdos mientras la nieve polar sepulta su cuerpo.
En “Esa pareja feliz” (Bardem/Berlanga 1951) es Juan, trabajador de los estudios cinematográficos C.E.A y estudiante de electrónica por correspondencia engañado por Rafa (Félix Fernández), un extra de los estudios que le saca los pocos ahorros que guarda para invertir en “colas” de película virgen para su reventa posterior, justo el mismo día que la fortuna le sonríe a Carmen (Elvira Quintillá), su mujer, que acaba de ganar el concurso “La pareja feliz” patrocinado por los jabones “Florit”. Como premio, durante un día ella y su marido serán agasajados en los establecimientos concertados. Juan acepta de mala gana ser consorte feliz, y el día se va llenando de malentendidos e inútiles regalos que desembocan en el puñetazo que le propina al mismísimo “Locomotoro” cuando trata de agasajarlos en la sala de fiestas y en un reguero de paquetes que han dejando delante de los bancos del boulevard donde duermen los mendigos.
En “El capitán Veneno” (Luis Marquina 1950) es Jorge de Córdoba, capitán de infantería en cese continuo por las malas pulgas que atesora, por lo que gasta el tiempo y el dinero de tasca en tasca jugando al tute que es su pasión confesable, del que se siente un maestro que aunque nunca gana da lecciones al resto de los jugadores con su característico mal genio.
En su deambular tabernero descubre una trama republicana contra Isabel II, lo que intenta trasladar a las autoridades militares que acostumbradas a su carácter no lo toman en serio, hasta que surge la insurrección y tiene que guerrear por libre sable en mano como si fuera un guardia de tráfico en la Calle Preciados, donde le pegan una pedrada o un tiro en la cabeza que no logra más que aturdirlo, yendo a caer frente al número 15 que es donde vive con su madre la preciosa Angustias (Sara Montiel), brava muchacha que apiadada del doliente lo recoge con riesgo de su vida para que se restablezca en su casa, teniendo que sufrir su alterada verborrea y su misoginia. Tirana de 20 abriles que muchos hombres han “solicitado” pero que de ninguno se ha “prendado”, a la que pide que lo envenene con “Solimán” cuando la sangre le hierve, ofreciéndole cuando se ve domesticado un plazo de diez años para casarse y consiguiendo “tan solo” hacerle dos niños en los próximos 20 meses.
En “El sistema Pelegrín” (Ignacio F. Iquino 1951) es Héctor Pelegrín, agente de seguros que queda atrapado sin dinero en el Hotel Rex de Barcelona cuando su jefe Sr. Font lo despide telefónicamente por no haber vendido una sola póliza.
Hombre de verborrea fácil y amplios recursos que por “chiripada” escucha una conversación donde se ofrece un puesto de profesor de aritmética en el Gran Colegio Ferrán, donde acude presto a levantarle la plaza al fulano que hablaba de ella, pero al no conseguirla logra convencer al dueño del colegio de la importancia de la Educación Física para dar prestigio al colegio frente a la Academia Enciclopédica que le está quitando a los alumnos, por lo que crea un equipo de fútbol al que aplica extraños métodos de aprendizaje que lleva primero a que se enfrenten los padres, luego las directivas de los colegios y después el pueblo entero. Mientras tanto inventa el “Tenis cristiano” que consiste en facilitar que el contrario te devuelva la pelota, y en el partido de fútbol entre el “Gran Colegio” y el “Enciclopédica” actúa de árbitro partidista que anula goles al equipo contrario porque son “vicegoles” o “goles bajos”.
Le da la réplica femenina Isabel de Castro en el papel de Luisa Valdés, la profesora de música de carácter pacífico que obligada a acudir con él a una pelea de lucha libre entre “El chacal” y “La hiena”, pierde el comedimiento poco a poco y termina noqueando a ambos contendientes con un zapato.
Isabel de Castro era portuguesa nacida en Borba en el año 1931 y con 15 años inició su carrera cinematográfica con una comedia musical: “¡Ladrao precisa-se!” para un año después hacer “Barrio” con Ladislao Vajda y continuar su carrera en España durante década y media.
Volvió una vez treinta años más tarde, en 1993 para hacer “Sombras de una batalla” junto a su compatriota Joaquín Almeida y Carmen Maura, una historia fronteriza entre los dos países en la provincia de Zamora.
Según cuentan los diarios portugueses el día 23 de noviembre de 2005, falleció en Borba, en el corazón del Aletenjo, cuanto tenía 74 años, unos meses antes había acabado de rodar con la directora lusa Teresa García “A casa esquecida”
En “Aeropuerto” (Luis Lucia 1953) es Luis Rodríguez, secretario administrativo que en el aeropuerto de Barajas se enamora de Liliana Vedrós (Margarita Andrey), la secretaria francesa que confunde con una rica aristócrata de paso por Madrid en una de la cuatro historias tratadas en la película.
En “La querida” (Fernando Fernán-Gómez 1956) es Eduardo, el compositor alcoholizado y entristecido que desde su ventana entabla amistad con Manuela Silva (Rocío Jurado), la descarada y ordinaria muchacha que se establece en Madrid huyendo de una relación adultera que no ha podido retener. También con el músico mantendrá relaciones que no la harán olvidar la relación anterior y ensancharán la tristeza de éste mientras la lanza al estrellato con sus composiciones melancólicas.
Justificada reposición de la película en homenaje a la cantante fallecida en Madrid el día primero de junio de 2006 tras una larga enfermedad, causándome extrañeza la figura de Fernando Fernán-Gómez en la dirección de tan lamentable trabajo, con seguridad de encargo y avalado por su prestigio para lucimiento de la estrella de la canción, cuya única reseña crítica la encuentro en una página de “Cine-filia” donde textualmente dice: “Hasta los mejores cineastas tienen algún muerto en el armario”.
En “Faustina” (José Luis Sáenz de Heredia 1957) es Mogón, el demonio sin graduación perteneciente a la 5ª escuadra del “Pandemonium” que pesca en el Lago del Arzobispo (Gruta de las Maravillas de Aracena) peces que le traen mensajes del infierno donde están decidiendo si lo expulsan para siempre por no cumplir con los cometidos que se le asignan. Lo que cuenta mientras comparte la espera a Valentín (Fernando Rey), un farmacéutico que haciendo espeleología se ha caído en la gruta extrañándose de la presencia del pintoresco pescador en gabardina.
Mogón que en 1914 era capitán del ejército de resistencia llegó al infierno por suicidio provocado al cambiar los planos de la defensa de París por un beso de Faustina (María Félix), que ahora 40 años después lo mandan a tutelar cuando a sus 65 años llama al infierno para vender su alma a cambio de su juventud, y a pesar las zancadillas que le pone porque sigue enamorado de ella, no puede evitar compadecerse cuando se da cuenta de que se ha enamorado del joven capitán Guillermo Valdés (Conrado San Martín), aconsejándole una boda por la iglesia que rompa el maleficio, por lo que como castigo lo devuelven a la tierra, que tampoco es un mal remedio ya que mientras expulsa de un fogonazo al espeleólogo de la cueva, aparece Elena (Elisa Montés) que viene en su busca, a la que no debe importar mucho el cambio ya que inmediatamente recompone su indumentaria y le pone al “demonio” ojitos de cordera.
Le da la réplica la actriz mexicana María Félix haciendo la versión femenina de la historia de “Fausto”, el teólogo centroeuropeo que vendió a Mefistófeles su alma a cambio de 24 años para adquirir conocimientos. “Faustina” lo hace para recuperar la juventud y la belleza y de paso conseguir ser princesa, siendo Mefistófeles un diablo gordo con voz de barítono encarnado por Juan de Landa.
María Félix nació y murió el mismo día, el 8 de abril, con la diferencia de 88 años que separan el 1914 del nacimiento en un rancho del desierto mexicano de Sonora y el 2002 de su muerte en Polanco.
Dicen los que trabajaron con ella que tenía mal carácter y que era orgullosa hasta el desprecio, incluso alguno ha confesado públicamente que le soltó una bofetada cuando se sintió incomodada en las escenas que tenían que compartir. Lo que dicen las biografías edulcoradas es una sucesión de datos y trabajos que poco interés tienen. En Europa se la conocía como “La Mexicana”, pero mucho más como “La Doña” por su trabajo protagonista en “Doña Bárbara”, y como “María bonita” por la canción que le había compuesto uno de sus maridos: Agustín Lara.
No me pareció cuando visioné “Faustina”, ver tantos méritos para elevarla a la categoría de “diva”, ni artísticos ni estéticos, aunque no hay más que verla para entender que lo era y que la película se la hicieron a medida. Aunque a mi estos personajes que concentran multitudes y rinden el mundo a sus pies solo por el palmito siempre me han parecido un poco simplones, aunque ya saben que para gustos se hicieron los colores.
En “El inquilino” (José Antonio Nieves Conde 1957), basado en un guión anterior de J.L. Duró Alonso titulado “Evaristo”, es Evaristo Gutiérrez, el practicante que junto a su mujer, Marta, (María Rosa Salgado) y sus cuatro hijos son los últimos habitantes de un edificio en ruinas a punto de ser demolido, sin ser capaz de encontrar otro alojamiento desde que se lo anunciaron, llegando un día la cuadrilla de derribos mientras él recoge los avisos en el bar cercano, lo que creará una situación de desamparo que llevará a los obreros a empezar a demoler las zonas más alejadas de la vivienda mientras el drama se ciñe sobre la familia incapaz de arreglar el problema, que quedará solucionado gracias al mentiroso final impuesto por la administración franquista que los acogerá en el nuevo barrio de “La Esperanza”
Esta película cuenta la dura realidad de la vivienda en España en los años 50, bueno, más que en España, en las grandes urbes como Madrid, lugar de destino de la España rural que huía de la miseria.
Relata la vida de una familia numerosa a la usanza, dos niños, dos niñas, ama de casa y cabeza de familia, que viven en un edificio a demoler gracias a la presión especulativa entre caseros e inmobiliarias con el beneplácito de una inoperante administración.
Satírico documento de contenido realista, repaso social de una época difícil como ya lo hiciera este director en 1951 con “Surcos”.
La película fue estrenada en el Cine Rialto de Valencia el día 24 de febrero de 1958 con todos los permisos de exhibición, incluidos los controles de censura, y dos semanas después fue suspendida por orden fulminante del Ministerio de la Vivienda.
Tras dos años de desagradables pugnas con dicho Ministerio se logró que traspasaran el expediente de prohibición a la Dirección Cinematográfica del Ministerio de Información, efectuándose una rigurosa e inquisitiva censura, llena de mutilaciones e imposiciones, incluido un nuevo rodaje del final de la película, lo que arroja un subproducto que reestrenado en 1964 carecía por completo de interés social.
Este falangista valiente que se atrevió a rodar finales realistas en contra de la actitud de un régimen donde no se toleraban estas alegrías, ve como son modificadas sus tres obras fundamentales.
En la cinta que se conserva en la Filmoteca Nacional, pueden verse estos cambios de corte estúpido/infantil. El primero sobre impresionado tras los títulos de cabecera donde aparece esta letanía impuesta por el Ministerio de la Vivienda “El problema social de la vivienda, es el más universal de los problemas de nuestro tiempo. La sociedad tiene el deber de sentirlo solidariamente y no confiar exclusivamente al Estado, quien, justo es reconocerlo, trata por todos los medios de resolver o aminorar tan grave problema. Esta película intenta sacar simbólicamente a la luz pública algunos de los fallos de la moderna sociedad en torno a este ingente hecho que tanto preocupa a nuestro Estado y a todos los hombres de buena voluntad”
Unas secuencias mas adelante se impone la aparición de un calendario de pared con fecha “martes, 5 de septiembre de 1956”. Fecha anterior a la creación del Ministerio de la Vivienda (de risa la eximente) para desvincularlo del problema.
Y en la secuencia final, donde la familia queda en la calle tras demoler el edificio y no encontrar ninguna solución, se cercena la original y se rueda una nueva, donde los niños al grito de: “¡Papá, Papá, tenemos piso!” llegan con Marta en un camión encartelado: “Barrio de la Esperanza”, entre el júbilo de la cuadrilla demoledora y la cara de tonto que se le queda al torero Manuel Alexandre.
Parece que el contencioso creado por la película entre los ministerios de Vivienda e Información y Turismo, llevó a los titulares de ambos, Arrese y Arias Salgado, a dilucidar en una proyección privada en los locales de NO-DO, junto al Secretario General del Movimiento “Sonrisa” Solís, una solución al problema.
Aprovechando la oportunidad que nos brinda la dualidad que se produce entre película y director, ambos duramente castigados por la censura. Decir que la censura en España viene de lejos, ya en 1912 entre instituciones y derogaciones se pone en práctica en Barcelona y pronto se traslada a Madrid, siendo práctica común durante mucho tiempo que los alcaldes ejerzan la función censora, lo que provocaba las protestas de numerosos colectivos por los abusos cometidos y el confuso marco de su influencia. En la dictadura de Miguel Primo de Rivera se extendió mas allá de nuestras fronteras intentando controlar mediante vía diplomática las opiniones de contenido antiespañol que se vertían en las cintas foráneas, y durante la Republica se volvió a descentralizar. Siendo en el periodo bélico y prebélico de una dureza extrema, prohibiendo lo propio y lo ajeno. Tras la guerra una revisión profunda deja la responsabilidad en mano de los falangistas, que tras el desmoronamiento del EJE (Hitler-Mussolini-Hiro Ito) tras la segunda guerra mundial aconseja que el control sea por parte del ministerio pertinente, en este caso el de Educación Nacional, tras el que se encuentra los más interesados sectores católicos, creando la Junta de Orientación Cinematográfica, donde solo tiene derecho a veto el censor eclesiástico.
En “Los ángeles del volante” (Ignacio F. Iquino 1957) es Juan, el despreocupado y perezoso taxista que aprovecha las peleas de los clientes por subir al coche para comer el bocadillo, y afortunadamente por su tranquilidad evita atropellar a Luisa (Julita Martínez), la joven que se ha marchado del pueblo en busca de fortuna y deambula por las calles de Madrid cuando ésta le ha vuelto la espalda. Por lo que cuando Juan se baja a echarle la bronca sin mucha convicción primero se pone a llorar y después se desvanece de pura debilidad, por lo que llevada al equipo quirúrgico le recetan un bistec con patatas que el taxista inmediatamente está dispuesto a suministrar en el bar donde cada noche se reúne a cenar con sus compañeros, los que asombrados por su belleza intentan sonsacar a Juan sobre su identidad, por lo que no le queda más remedio que presentarle a Cristóbal (Pepe Isbert), Remigio (José Luis Ozores) y Pepe (Manolo Morán) que con sus historias personales harán reír a la chica y subir su autoestima para permitir que vuelva al pueblo. Por lo que Juan la acompaña en el taxi hasta la estación de Atocha, donde le compra chocolatinas para el viaje y una almohadilla para los incómodos asientos de madera del vagón de tercera, dándose cuenta de que algo pasa para que por primera vez haga tan importante esfuerzo, por lo que supone que tan pocas horas han bastado para enamorarse de la joven, a la que corre a buscar a pesar de que el tren ya está en marcha, y una vez en él bastará con tirar de la palanquita del freno de emergencia para que se encuentren abrazados en medio de las vías.
En “Bombas para la paz” (Antonio Román 1958) es Alfredo, el químico loco que hereda la responsabilidad de la bomba de gas de la felicidad que en su lecho de muerte le confía su jefe (Félix Fernández), marchando a París en compañía de un conserje animoso (José Ramón Giner) para encontrar la solución a la guerra que se avecina, encontrando de paso a una azafata preciosa (Susana Campos) que aunque piensa que está loco terminará en sus brazos.
Uno de los guiños permitidos en la película es la alocución de Alfredo en la conferencia de la paz, pidiendo “menos pum, y más pan”
En “Ana dice si” (Pedro Lazaga 1958) es Juan un juerguista que abandonó la carrera de medicina cuando solo había aprobado la gimnasia de primero, bebiéndose en juergas con los amigotes el dinero que le enviaba su tío Patricio para montar la clínica, llenando de deudas todos los establecimientos de la capital con la promesa de que cobrarían cuando heredera a la muerte de sus tío, que sin que nadie lo sepa en su última carta lo ha desheredado al descubrir la mentira. Por eso cuando muere empujado por los acreedores acude a la apertura del testamento sin mucho entusiasmo, constatando lo que ya intuía que no le da ni un céntimo, yendo todo a parar a manos de su ahijada Ana (Analía Gadé), pero guarda una pequeña sorpresa, le prohíbe casarse con su novio Andrés (Antonio Ozores), por lo que una nueva perspectiva alegra el rostro del tarambana.
En “Solo para hombres” (Fernando Fernán-Gómez 1960) es Pablo Meléndez, funcionario del Ministerio de Fomento que junto a su amigo Manolo Estévez (Manuel Alexandre) visitan las casas de las señoritas casaderas en las tardes de invierno para merendar y atenuar el frío, inventando historias de parentescos y fortunas que poco se corresponden con la mísera realidad, queriendo la casualidad que a su negociado vaya a parar Florita (Analía Gadé), la primera funcionaria del país, una chica que conoció en una de sus “meriendas” y que ahora lo enamora y lo avergüenza cuando empieza a ser conocido como: “el novio del funcionario”.
En “La venganza de D. Mendo” (Fernando Fernán-Gómez 1961) dicen que el personal de los estudios CEA se partía de risa viendo al actor/realizador con aquel pelucón pelo/paja correr desde detrás de la cámara para entrar en “campo” con tan disparatado atuendo.
En ella recrea a D. Mendo, Marqués de Cabra, empedernido amante y jugador que tras las partidas de “7 y media” visita las alcobas de Magdalena (Paloma Valdés) amparado por la noche, dejándose la escala colgando para cubrir la retirada, la que aprovecha el Duque de Toro (Juanjo Menéndez), su “amoscado” prometido, para trepar por ella y encontrarse a D. Mendo en comprometido estado, del que le ayuda a salir Doña Ramírez (María Luisa Ponte) diciendo que entró a robar, más no le hace gran favor porque aprovechando la oportunidad para deshacerse de él señora y criada pretenden emparedar al aventurero dejando una fuera para que todo el mundo sepa quien mora tras la pared.
De tan incómodo aposento lo libra el Marqués de Moncada (José Vivó) que conocedor de sus secretos le proporciona la libertad y una daga, y viviendo camuflado a partir de ese momento como Renato, trovador que mantiene el mismo atractivo que el cristiano y un pequeño negocio con una mora y dos judías que complementan los ingresos por la música. Por su condición de músico será invitado a poner la nota artística en la celebración de la victoria del Rey de León (Antonio Garisa) contra los infieles, al que acompaña el Duque de Manso y la infame Doña Magdalena, que tendiéndole celada da muerte con el puñalón regalado por el de Moncada y matando de paso a unos cuantos, entre los cuales se encuentra en mismo que en el colmo del delirio deja la histórica frase: “Mi menda mató a D. Mendo”.
En “La becerrada” (José María Forqué 1962) es el mítico Juncal, hombre que rueda de bar en bar en los ambientes taurinos esperando encontrar fortuna y poder apoderar un torero, contratar alguna corrida o apañar cualquier negocio que le permita comer ese día. Favor que le niegan los diestros, los peones de la cuadrilla, los empleados de las plazas de toros y hasta los conserjes de los hoteles. Pero cobra importancia ante los ojos de tres reverendas (María José Alfonso, Nuria Torray y Amparo Soler) que andan buscando asesoramiento y ayuda para montar una corrida benéfica que alivie la maltrecha economía del asilo “El hogar del vencido” de San Ginés de la Sierra, donde se desplazará con ellas en compañía de los diestros: “Mondeño”, Antonio Ordóñez y Antonio Bienvenida, a los que él no ha podido ni dar la mano.
En “Ana y los lobos” (Carlos Saura 1972) es Fernando, el desaliñado y hermético personaje que junto a su madre (Rafaela Aparicio) y sus hermanos Juan (José Vivó) y José (José María Prada) vive en “La Jara”, una apartada finca en la serranía de Madrid ajena al resto del mundo.
Con las facultades evidentemente perturbadas se instala en una cueva pretendiendo emular al anacoreta que allí vivió rezando cien años. Donde la curiosidad lleva a Ana (Geraldine Chaplin), la institutriz de sus sobrinas que huyendo del acoso de Juan termina confiándose a su bondadoso aspecto. Fatal error ya que los tres hermanos tienen perturbadas las facultades y sistemáticamente repiten el ritual con cada nueva institutriz, consistente en que Juan las viole, Fernando les corte el pelo a tijeretazos y José vestido de militar las mate de un tiro en la cabeza para posteriormente enterrarlas bajo la jara en cualquier lugar de la finca.
En “Pim, Pam, Pum..... ¡Fuego!” (Pedro Olea 1975) es Julio, todopoderoso hombre de los negocios de la posguerra que compra con su abundancia las voluntades de la necesidad en un país donde todo escasea.
Encaprichado de Paca (Conchita Velasco), la corista de la compañía ambulante de revista, la acosa entre atenciones y amenazas hasta conseguir llevarla a la cama, momento en el que empieza a perder la educación y la compostura para tomarla como un pasatiempo, aunque como buen macho ibérico “con él que no se juega”, por lo que presta atención cuando intuye que la actriz se ha enamorado de un joven miliciano que intenta huir a Francia (Josep María Flotats), alertando a sus amigos policías para que lo maten en la Estación del Norte y ocupándose personalmente de ella a continuación dándole muerte en la cuneta de una carretera solitaria al amanecer.
En “El anacoreta” (Juan Esterlich 1976) es Fernando Tobajas, anacoreta encerrado en el cuarto de baño de su casa desde que un día de 1964 decidió alejarse del mundo y no volver a traspasar el umbral del retrete bajo ningún concepto, desde cuyo inodoro diariamente manda mensajes, como si de un naufrago se tratara, metidos en tubitos de aspirinas para que vía Río Manzanares puedan llegar al mar, dando la casualidad que el que llevaba el número 1147, fechado el 21 de febrero de 1970, va a caer en manos de una guapa millonaria que alimentaba peces con caviar en la isla de Capri, que se siente atraída por la letanía que impregna el papel donde se cuenta la historia Salomón tentado por la Reina de Saba, por lo que Arabel (Martine Audó), que es el nombre de la bonita joven, decide hacer la función de la reina etiope Makeda y arrastrar al hombre fuera de sus recoletos dominios, por lo que utilizando los servicios de un investigador privado (Eduardo Calvo) se presenta en la madrileña calle de Hortaleza sorprendiendo a un hombre que cambiará su desaliñado aspecto por otro más decoroso para la próxima visita, en la que decidida a seducirle le ofrecerá sus pechos desnudos y abundantes que el anacoreta solo rechazará a medias, deseándolos en la misma medida que la joven necesitando quedarse a vivir con él.
Situación idílica de un baño que se adorna de champán y velas que sueltan las risas y las caricias, y que acabará cuando Marisa (Charo Soriano) su mujer, decida marcharse a pasar un mes a las Bahamas con Augusto (José María Mompín), su administrador y amante, y el multimillonario protector de Arabel (Claude Damphiu), lo que los sitiará miserablemente en una casa helada sin comida y sin dinero, de donde el anacoreta querrá salir por amor sin que lo permita la cordura de la mujer que no lo dejará prostituirse por un plato de lentejas. Inevitable situación que lleva al abandono quedando aun más solo encerrado en su retrete con un patético traje negro que le recuerda su desatino. Las ganas no le permitirán escribir ni un mensaje de despedida, la ventana abierta será su puerta de escape y el ruido de cristales interrumpirá por un momento la música de réquiem que el maestro “Tip” Polack deja escapar desde su estudio.
En “Mamá cumple 100 años” (Carlos Saura 1979), vuelve otra vez a ponerse a las órdenes de éste realizador para dar continuidad sin mucho criterio a la historia empezada siete años antes “Ana y los lobos”. De nuevo en el papel de Fernando y de nuevo enajenado, preocupado con un ridículo atuendo de volar un ala-delta que una y otra vez estrella en el camino por el que corre. En su habitación junto al ventilador y la vela con los que hace sus experimentos de navegación, flota la imagen de Ana (Geraldine Chaplin), la institutriz que junto a sus hermanos mató siete años atrás y que ahora se presenta en compañía de su marido para celebrar en centésimo cumpleaños de mamá (Rafaela Aparicio).
En “Soldados de plomo” (José Sacristán 1983) es D. Dimas, el abogado viejo represaliado por “rojo”, que al cuidado y con la ayuda de su hija Blanquita (Silvia Munt) lleva los pocos casos que le van ofreciendo. Entre ellos la búsqueda de Andrés Morán (José Sacristán) para hacerle entrega del testamento del hombre que fue su padre aunque no lo reconoció. Una vieja casona que no tiene más interés que el precio exorbitante que la familia original está dispuesta a pagar para recuperarla. Estando decidida además de dar el dinero, a contundentes toques de atención a quien se entrometa en la operación, de lo que tanto el abogado como el cliente reciben una ración proporcional al grado de tozudez. Por lo que ambos terminarán convirtiendo la casa en billetes quitándose de en medio de una máquina demasiado poderosa para frenarla con unos “soldados de plomo”.
En “Stico” (Jaime de Armiñan 1985) es Leopoldo Contreras, el viejo catedrático de Derecho que desde la ruina más absoluta contempla su magnífica biblioteca jurídica como único patrimonio, sin que pueda producirle algo más que satisfacción y orgullo, mientras que sus tripas rugen reclamando el alimento, que debe ser lo que obliga a su cerebro a ofrecer como esclavo por la manutención a Gonzalo Bárcena (Agustín González) un antiguo alumno al que los negocios le han ido estupendamente, y aunque al principio se niega al disparate poco a poco le va encontrando utilidad.
Aludiendo al código de derecho romano todas sus posesiones pasan ahora a manos de su “amo”, y pretende que con un hierro candente marque bajo su tetilla izquierda la “B” de Bárcena para que se le reconozca de su propiedad, lo que desatará su cólera pero permitirá que lleve al cuello el collar que han comprado en el Rastro con el nombre de “Stico” por parecerle apropiado para su nueva condición. Y lo que en principio era una embarazosa situación donde nadie le ordenaba nada, poco a poco se va revistiendo de un tinte de normalidad por la versatilidad del “siervo”: cuida el jardín, lleva a las niñas al colegio, compra, cocina e incluso hace el turno de noche en la granja de gallinas ponedoras de María (Carmen Elías), y como es ilustrado no solo hace las tareas de la hija mayor sino que escribe el discurso del padre para el ingreso en la Academia de Jurisprudencia. Comprometido a ultranza con su nueva situación no duda en entregar a su amo los 250.000 dólares de derechos de autor por los libros escritos para las universidades norteamericanas, 33 millones al cambio para los que también encontrará aplicación el matrimonio tragándose sus seudoprincipios.
Todo terminará cuando como la pólvora la noticia corre de boca en boca hasta llegar a oídos de un periodista radiofónico (Manuel Galiana), que telefónicamente invade la casa con su programa en directo para poner a Gonzalo contra la pared y no quedarle más remedio que liberarlo públicamente como manda el código de derecho romano.
En “Luces de bohemia” (Miguel Ángel Díez 1985) es el Ministro de Gobernación en el primer tercio del siglo XX, o “Paco”, como vulgarmente lo llama a gritos el poeta Max Estrella (Paco Rabal) cuando es detenido y ultrajado clamando justicia. Al que no veía desde los tiempos en que estudiaban juntos, lo que trae a su cabeza recuerdos de la mejor época de su vida, y a su corazón el ánimo de reparar la injusta situación en la que vive el escritor, desocupado, ciego y en la miseria. Por lo que no solo le mete dinero en el bolsillo de su ajada chaqueta, sino que ordena a su secretario anotar la dirección para enviarle mensualmente un sueldo que atenúe tanta calamidad.
En “Réquiem por un campesino español” (Francesc Betriú 1985) es de nuevo la parte más terrible y sanguinaria de la Guerra Civil española como ya lo fuera en “Pim, Pam, Pum...... ¡Fuego!, dando vida en esta ocasión a D. Valeriano, el administrador del Duque, cuya familia cobra por el arrendamiento de las tierras a los labradores desde hace más de cuatro siglos sin que sepan siquiera donde están las tierras.
Don Valeriano vive en una situación de privilegio haciendo y deshaciendo a su antojo, por eso cuando en abril de 1931 ganan las elecciones los republicanos se niega a acatar las directrices que marca Paco “El del molino” (Antonio Banderas) desde el ayuntamiento, que no está dispuesto a seguir soportando el atropello y hace las tierras comunales. Por lo que D. Valeriano torciendo el gesto, y con el consentimiento de los otros dos caciques y del cura, busca ayuda entre los falangistas de la capital que acuden a “limpiar” el pueblo justo cuando los guardia civiles lo abandonan para permitir la matanza, tras la que seguirá acosando insaciable hasta dar con el paradero de Paco que está escondido, y obligando a su ejecución aduciendo que otros por menos ya han pagado. Como una burla cruel será el primero que se presente a una misa de réquiem por su alma, una misa a la que solo asistirán los otros dos caciques implicados en los asesinatos a modo de “reconciliación”.
En “El viaje a ninguna parte” (Fernando Fernán-Gómez 1986) es D. Arturo Galván.
Si en alguna película los cómicos de la historia de este país se sienten reconocidos, es en esta. Por eso mi consideración de “única”, lo mismo que la figura de su autor y director.
Basada en un folletín radiofónico escrito por Fernando Fernán-Gómez para Radio Nacional de España y emitido por esta emisora en 1984 junto a obras de otros autores, es una durísima película sobre la vida de los cómicos. Artistas errantes de salario incierto que día a día recorren las veredas del hambre para cubrir cada noche dos horas de ilusión. Son los excedentes de la profesión que se defienden del olvido de pueblo en pueblo, obligados a asumir la gestión, la intendencia, el montaje y la administración.
Cuenta la película como estos artistas que eran esperados en los pueblos como única alternativa al tedio y la rutina, a partir del momento en que tienen que empezar a convivir con las innovaciones en el mundo del espectáculo por la aparición del cinematógrafo, mucho mas fácil, más barato y con mejor acogida, van siendo relegados hasta los límites del hambre.
El elenco de la compañía Iniesta-Galván está compuesto por la primera actriz, Doña Julia Iniesta (Maria Luisa Ponte), el primer actor Don Arturo Galván (Fernando Fernán-Gómez), el galán Carlos Galván (José Sacristán), las actrices jóvenes Juanita (Laura del Sol) y Rosi (Nuria Gallardo), y el segundo galán Sergio Maldonado ó Juan Conejo (Juan Diego), excombatiente de la división azul que hace las veces de administrador.
La aparición de Carlitos Piñeiro: el “zangolotino” (Gabino Diego), olvidado retoño de Carlos Galván fruto de una noche de amor tras una representación en Vigo, al que su madre envía bajo el tutelaje paterno antes de entrar en quintas, solo consigue aumentar la situación de precariedad del grupo, ya que su situación económica es tan crítica como la de los artistas, que se ven obligados a hacerle hueco a pesar de que la profesión le parezca ridícula. Percepción que cambia cuando oye la “llamada de la sangre” tras las trampa/polvo que su padre y Rosi le preparan.
Acuciados por la escasez se ven obligados a representar una especie de revista del avaro usurero Zacarías Carpintero (Agustín González), un desconfiado paleto con delirios de dramaturgo que sin poner un duro aprovecha de la situación, cosechando un rotundo fracaso que enciende las iras del público de “Cabaluenga”, abanderados por el “garrulo monoceja” (Carmelo Gómez) que pide la presencia del autor para apedrearlo.
Por este mismo motivo, olvidando sus principios, deciden aceptar la proposición del “peliculero” Solís (Simón Andreu) para hacer de extras en una película que la siguiente jornada se rodará en el pueblo, lo que enardece de nuevo el ánimo de los vecinos que se consideran agraviados, por lo que Carlos Galván tiene que hacer una magistral intervención preguntándose: ¿De donde son los cómicos?
El nuevo fracaso en esta puntual faceta cinematográfica hace crecer una sensación de derrota y tristeza que da que pensar que es algo más que una mala racha. Agotados por el cansancio y el hambre la Compañía va perdiendo efectivos, y un día es Juanita la que marcha, con la que se van el amor y las ilusiones de Carlos Galván, otro día es Carlitos, el “zangolotino”, y otro, Julia Iniesta y Arturo Galván que pasan a formar parte de la compañía rival: Calleja-Ruiz (Antonio Gamero).
El resto de la compañía Carlos, Maldonado y Rosi, marchan a Madrid, a probar fortuna en el incipiente mundo del cine, reposo de tanto trotamundos maltrecho.
Gracias a la influencia del falangista encuentran acomodo en la fonda de “Doña Leona”, Doña Leonor (Queta Claver), que al igual que el Ritzh no admite cómicos para dar categoría al local. En él Carlos y su prima Rosi mantienen una errónea historia de amor que propicia la huida de una y el hundimiento del otro.
Ingresado en un asilo pasa sus últimos días Carlos Galván, donde todos los miércoles Sor Martirio (Emma Cohen) le tiene que recordar la visita del psicoanalista Miguel Rellán, al que cuenta su “fantástica” vida, que no es otra que la acumulación de ilusiones y sueños que han tomado vida propia ignorantes de la realidad.
Si usted pasa en algún momento por el encantador pueblo soriano de Ayllón, seguro que podrá reconocer desde los soportales de su plaza los escenarios que se utilizaron para el rodaje de esta película.
En “Mi general
LQSomos. Bartolomé Salas. Noviembre de 2007
Ayllón es un encantador pueblo Segoviano
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